Por quién doblan las campanas

La rebelión de Carlos San Juan, el cirujano jubilado de Alicante, ya dio resultados. Con el eslogan “Soy mayor, pero no tonto” cautivó a los mayores y alertó al Gobierno sobre la mala atención que los bancos prestaban a los jubilados que no están integrados en la digitalización.

La Vicepresidenta Calviño sacó el látigo y les exigió un plan para prestar un servicio integral a ese colectivo de mayores que ya produjo las primeras reacciones. La patronal bancaria anuncia medidas y dos entidades, Abanca y Santander, ampliaron el horario de atención en ventanilla. El banco con sede en Galicia asignará, además, gestores para atender a esos clientes con escasas capacidades digitales y anuncia que no cerrará ninguna de las 134 oficinas en los concellos donde está en solitario.

Los bancos nunca debieron despreciar a estas personas mayores que sostuvieron sus cuentas de resultados durante años. Tampoco son de fiar ahora porque acaban de presentar cifras record de beneficios, pero mantienen intacto su plan de cierre de oficinas, lo que implica que la exclusión financiera irá a más en las localidades afectadas.

Además, como “la banca siempre gana”, cuantificarán esas medidas de atención personalizada tomadas “ por imperativo político” y repercutirán su coste en los clientes subiendo los intereses de los préstamos y las comisiones, también a los pensionistas. Al tiempo.

Por eso, son muchas las personas que estos días se refugian en la nostalgia que el DRAE define como “tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida”. Esa “dicha perdida” es la desaparición de las Cajas de Ahorro que poblaban las ciudades y la mayoría de los concellos de Galicia que popularizaron una forma peculiar de hacer banca.

Prestaban un esmerado servicio financiero a las familias, a los profesionales y autónomos y a las pequeñas y medianas empresas y complementaban esa función financiera con una intensa actividad social patrocinando actividades culturales que respondían a las necesidades de la sociedad. Fue una modélica “inclusión financiera y cultural” de la que disfrutó la sociedad gallega muchos años.

Después, “pasó lo que pasó”. Errores de gestión, la inexplicable decisión de un gobierno socialdemócrata que consintió la dejación de supervisión del Banco de España y la codicia de los bancos para deshacerse de unas competidoras imbatibles dinamitaron a las Cajas.

Sospecho que cuando Carlos San Juan se sintió humillado en su banco se acordó de estas instituciones entrañables que prestaban atención personalizada a mayores y jóvenes y contaban con su aprecio. Por eso, parafraseando a Hemingway, hoy siguen doblando las campanas por la muerte de las Cajas.

Por quién doblan las campanas

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