La pipa de Balbín

Se apagó la pipa de Balbín, que pasa al Olimpo de las Ideas, al magisterio del mejor periodismo, entendido a la usanza de la liberalidad civilizada, de la acción y el pensamiento elaborados, del humor aseado y cómplice, de referencias cultas, imprescindibles, muy sobre todo a través de la expresión plástica y cumbre de su aportación por excelencia, “La Clave”, un programa de debate en la televisión, por todo y por tanto, en verdad, insuperable, mejor decir, incomparable, porque nadie debiera -“No le toques ya más, que así es la rosa”, Juan Ramón, nada menos, inapelable- acogerse al sagrado de la histórica tertulia de José Luis Balbín.


Están, claro, a disposición los vídeos de “La Clave”, fecundos y memorables, testigos de un tiempo mejor, en todos los sentidos, pero mientras escribo me vienen al recuerdo algunos lances sueltos que me parecen de evocar ahora, de manera testimonial y simbólica, como cuando Bernard-Henri Levy, un chico que pasó por Derrida y Althusser y quedó indemne de quebranto filosófico, que ya es mérito, denunció la indigencia ideológica que representaba Santiago Carrillo, allí presente, cuyo desnudo sonrojo fue tan evidente que, al día siguiente, a Levy le saludaron brazo en alto por las calles de Madrid, vamos, como para darle hoy el frasco de las sales a Adriana Lastra. También interesantes las palabras cruzadas entre José Prat, histórico socialista que venía de estar cerca de Largo Caballero durante la Segunda República, y Raimundo Fernández Cuesta, falangista de primera hora y albacea de José Antonio Primo de Rivera, a propósito, precisamente, del fusilamiento alevoso del fundador de la Falange. Otro apunte, por último, las deliciosas intervenciones de Antonio García Trevijano y Gonzalo Fernández de la Mora, cada uno en su estilo y gestualidad argumental, con frecuencia coincidentes en sus conclusiones filosóficas y políticas, para sorpresa expresa del propio José Luis Balbín, que acaso no tanta pero sí usada como marbete de reclamo para la audiencia.


Y todo esto ocurría, naturalmente, mientras la pipa de Balbín humeaba de contento, afirmando su sonrisa inteligente, educada, zumbona… Mientras no recuperemos el espíritu de ese tiempo, viviremos en libertad condicional, tanto como es de ver, y encima con el agravio y el oprobio de la estupidez como proyecto social y político, ojo al Cristo que es de plata.

 

La pipa de Balbín

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