Una de las tradiciones mejor guardadas en estas fechas es la incógnita sobre el contenido del mensaje del Rey. Cierto es que los mensajes quizá hayan ido perdiendo una parte de la expectación que despertaban, pero no cabe desconocer, entre otras cosas por lo infrecuente, la importancia de esta comunicación anual directa del jefe del Estado con los ciudadanos.
Muchas veces, hemos abogado por introducir variaciones, mejoras y objetivos más nítidos en este mensaje real. Incluso creo que no sería ocioso ir pensando en incluir a la Princesa de Asturias, como un dato para el futuro, en esta comparecencia. Supongo que, Felipe VI hará un llamamiento a la prudencia y a la cautela en los comportamientos sanitarios en las reuniones y festejos. Va a ser, inevitablemente, el ‘mensaje de las mascarillas’, después de que el Gobierno y las Comunidades Autónomas traten ahora de imponer su uso en el exterior, una medida no del todo bienvenida, creo, por una mayoría de expertos.
En gran parte sin duda por culpa del virus que se extiende, España se halla en un estado de apatía, desaliento e irritación, me parece, y lo corroboran muchas de las cosas que veo, leo y oigo estos días. Pocas veces se ha esperado el mensaje real con un estado anímico semejante. El Rey habrá de dirigirse al corazón de los ciudadanos, que necesitan algo de empatía por parte de quienes les representan.
Es un discurso difícil el suyo en esta ocasión, más aún que el ya muy complicado del pasado año, el primero en el que su padre, Juan Carlos I, no estaba en España para celebrar las fiestas. Ahora es la segunda ocasión, y obviamente la familia del Rey, limitada oficialmente a la reina Letizia y a las dos infantas, aparece, en lo que se refiere a los restantes miembros, más desestructurada que nunca en estas fechas familiares, algo que sin duda constituye un motivo de tristeza para Don Felipe.
La estancia del Rey emérito en Abu Dhabi se ha convertido en un problema político que no pueden dejar, ni la Casa del Rey ni el Gobierno, que se prolongue sin más. Existen planes para facilitar un regreso pero ninguno de esos planes acaba de cuajar, como tampoco cuaja esa Ley de la Corona que regule aspectos que son mejorables en el funcionamiento de la primera institución del Estado y fortalezca, a la vez, a la idea de la monarquía.
Todas estas cuestiones están, sin la menor duda, en el ánimo de alguien que, como Felipe VI, es muy consciente de la situación general y de su situación en particular. En la noche más mágica del año tiene una oportunidad de conectar con esos millones de personas que, ajenas a los plácemes por anticipado y a las descalificaciones derivadas del apriorismo político, anhelan escuchar y recibir su mensaje.
Este año que se nos va no ha sido, ciertamente, un año más: hemos visto y sentido cosas que jamás antes habían ocurrido, y supongo que tales cosas quedarán plasmadas, desde el asalto al Capitolio y la marcha de Trump hasta la nevada del siglo, en los resúmenes periodísticos del año. Y el año que entra, 2022, que llama a la puerta marcado por la aprensión ante el renacimiento del virus que frena tantas expectativas, tampoco va a ser un período de doce meses de rutina y aburrimiento, ciertamente.
Todo eso, tan aparentemente etéreo, debería estar contenido en el mensaje del Rey. Que, no, de ninguna manera, puede defraudarnos con algo semejante a más de lo mismo, meta o no en él la mano el Gobierno de turno. Porque esta será la Nochebuena de las mascarillas y eso, ay, imprime, del Rey abajo a todos, un carácter inédito a cuanto hagamos.