La maravilla del hallazgo

El lucense Toño Piñeiro, con domicilio en Valencia, compró una casa en A Pousa, Sober; vivienda que va restaurando con paciencia y empeño en los largos días de sus cortas vacaciones para el ensueño de la jubilación.


En los afanes de la obra ha ido encontrando, guardados en botes de Nesquik, distintas cantidades de las viejas pesetas; moneda ya en desuso que ni añora Patrimonio ni admite la institución que las engendró. Un tesoro apetecible solo a coleccionistas y sentimentales. Ninguneado como si no fuese nada ni de nadie. En otro caso pudo Toño pagar la reforma o reformar más. Y es en ese punto donde convergen sus sueños con los del propietario o propietarios del dinero escondido. Él o ellos también soñaron y lo hicieron con esa paciencia tan gallega de no dar nada por soñado para así no dejar de soñar ni gastar los sueños, porque los sueños también se gastan. Razón por la que él o ellos los fueron soplando sobre la firme tersura de los billetes que atesoraban para que no mermasen ni se borrase de su faz el misterio de sus ocultas fantasías. Puede parecer un ahorro, pero no lo es, es un derroche, el mayor que un ser humano acomete, el de atesorar ilusión.


Ahora le toca a Toño mantener intacto el círculo de esa magnífica herencia que son esos sueños con los que el hombre que es compra al que no es esa ilusión que nunca es para así ser.


Toño añora regresar, él o ellos, quizás, escapar, en ambos casos, solo, sueños, soñar...

La maravilla del hallazgo

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