n sol restaurador, gestado a través del Estado de derecho y de la justicia social, debe prevalecer sobre este mundo sombrío, cuajado de incertidumbres e inestable. Esto nos indica, que tenemos que centrarnos más en las personas, interiorizar nuestros pasos con ojos nuevos que nos permitan ver la realidad tal y como es, también con sus variadas crisis y sus singulares tormentos, para poder edificar horizontes armónicos y celebrar otros frutos más esperanzadores. El que cada día, multitud de ciudadanos se unan a las filas de la pobreza y el hambre, debido a conflictos, eventos climáticos extremos y efectos de la pandemia, cuando menos debe hacernos reflexionar para cambiar de rumbo antes de que se produzcan las catástrofes.
Sea como fuere, reivindico la ayuda humanitaria, pero también reclamo otras gobernanzas y otros gobiernos, entregados al servicio del entendimiento y de lo justo. Comprender que la evidencia sólo tiene un camino, y es de reflejo, tiene que ponernos en disposición de reconocer el mal vertido. Esto nos permitirá enmendar movimientos y aminorar tensiones que nos fragmentan. No hay experiencia humana, tampoco ningún itinerario que nos hermane, si dejamos de practicar el amor en su bondad/verdad, ese que no es una telenovela, sino una historia de auténtica donación, más en obras que con palabras y más en darse que en recibir. Lo significativo es mantenerse unidos entre sí como vía de humanidad, sabiendo que todas las rutas son necesarias e imprescindibles, para darnos existencia y consistencia humana.
En cualquier caso, todas las manos de obra y acción, sean migrantes o no, están ahí para emplearse a fondo y replantearse una original solidez en la dinámica de los días. El acuerdo siempre es superior al trance. Desde luego, el mejor consuelo para sentirse fusionados, radica en resistir bajo la irradiación de la paz, que es un deseo imborrable en la conciencia de todas las gentes, con sus cultos y culturas. Pensemos que somos una única estirpe, la familia humana, que con la fuerza de sus vínculos, está llamada a entenderse y a reconciliarse. De ahí, lo valioso que es, que sin exclusión alguna, toda la civilización trabaje por el avance, el buen tino y mejor tono, como naciente de la concordia, pero de una manera distinta, con un origen de corazón a corazón.
No olvidemos que el amor cuando se conjuga a golpe de alma, tiene el destello más claro y luminoso, hasta el punto de que nos renace por dentro y por fuera, para enfrentarnos a todo tipo de fatídicos desafíos. Por tanto, es posible hallar soluciones para salir de este universo tenebroso, a poco que lo trabajemos, sobre todo con afán cooperante y desvelo integrador. Quizás tengamos que mantenernos firmes en los principios de Naciones Unidas, reforzar su papel y promover un mayor espíritu solidario entre todos nosotros. Es cuestión de creernos capaces, de tomar la determinación de unirnos en un firme compromiso por la vida y por la defensa de nuestros valores comunes. Querer es poder. Puede que nos tengamos que dejar acompañar unos de otros, reconduciéndonos mutuamente. Hagámoslo, pues.
Que nadie quede fuera de esa fosforescencia regeneradora. Todo aliento es poco para estimularnos y motivarnos. Lo que interesa es que cada ciudadano no se desmorone, entienda su propio modo de hacer, sacando a la luz lo mejor de sí; porque la vida es para aprovecharla, no para beneficiarse, sino para entregarse a los demás. De hecho, esta es la mejor hazaña, la de sentirse vivo y humano en todo momento y circunstancia. La esperanza brilla por sí misma, aunque tengamos la certeza de que hemos de caminar por parajes oscuros.
Nos pueden desesperar en su momento, pero si interiorizamos mansamente lo vivido, seguro que hallamos otros espacios menos adversos; porque enhebrar comprensión, lo que requiere es creatividad, sensibilidad y una cierta claridad en las visiones.