La mayoría de las sentencias judiciales pasan desapercibidas. Otras, sin embargo, son muy llamativas porque el veredicto recae sobre aspectos muy sensibles de la vida social o familiar. Como ha ocurrido en Italia.
Hace unos meses un tribunal obligó a dos hombres de 40 y 42 años a abandonar la casa en la que vivían con su madre. La sentencia se produjo después de que la progenitora recurriera a la Justicia alegando que sus hijos no se iban de su casa y, además, tampoco contribuían a la economía familiar ni ayudaban en las tareas propias del hogar. Vamos, que tenían más perfil de adultos cómodos y vagos que de hijos modélicos.
Casos como el de estos dos hombres son la excepción. Por eso esta sentencia, con ser seria como todos los fallos judiciales, es la anécdota que nos introduce en la categoría de los problemas de los jóvenes para dejar la casa paterna. En España, igual que en Italia, se independizan en torno a los 30 años -la media de la UE es de 26,4 años- y no porque los mozos españoles e italianos sean más vagos que los europeos, sino porque independizarse hoy en día es un objetivo imposible para muchos.
Ser joven en España es un mal negocio. Un trabajo dirigido por el catedrático Francisco Pérez García (Universidad de Valencia) sobre la realidad de los jóvenes menores de 29 años aporta tres datos que caracterizan a la juventud: los que están independizados viven en hogares con una renta inferior en un 15% de la media, sus condiciones laborales y salariales son de una precariedad persistente y las posibilidades de acceso a la vivienda son prácticamente nulas.
Con estas circunstancias de precariedad laboral y salarial y la imposibilidad de acceder a una vivienda, los jóvenes de hoy lo tienen realmente crudo. Nadie se puede plantear comprar una vivienda con un empleo inestable y salario bajo y este cóctel de precariedad hace imposible la emancipación, no tienen otra alternativa que permanecer en la casa paterna.
Esa es la situación: demasiados jóvenes que tienen las alas cortadas y no pueden volar para acometer sus proyectos vitales, personales y familiares, lo que explica, en parte, la crisis demográfica y el retraso de la maternidad de millones de mujeres.
Pero con ser grave su situación, es más grave aún la insensibilidad de los políticos y de la misma sociedad ante el drama vital de la juventud de la que nadie se ocupa con proyectos serios que les abra la esperanza en el futuro. Es verdad que no reciben una mala palabra, pero tampoco una buena acción.
También es grave que nadie parece consciente de que en el seno de esta juventud se están forjando los gobernantes y dirigentes, los gerentes de empresa y los rectores de mañana. Puede ocurrir que estemos alumbrando una generación de jóvenes frustrados que ya no creen en este modelo político que no se ocupa de sus problemas.