Tratarlo como a un paria de los tantos que archiva la historia e envilece la conciencia del hombre, porque esa es hoy la realidad de su filosofía; utópica ensoñación de un mundo que busca hermanar a los hombres en una conciencia distinta y distante de la ambición, innata tendencia sobre la que cristaliza el capitalismo real.
Me atengo en esto a la sosegada queja de la filósofa y poeta Loto PSeguín, y hago míos los versos del poema Astracán, que hablan de ese dolor.
«Larga marcha la de la revolución conquistada/ y reducida a espectrales sombras de tinta,/ fatalmente derramada y mansamente diluida,/ en el traslúcido seno, de las heladas aguas,/ de un Volga celosamente guardado/ en abismales sombras de esturión./ La ciudad duerme aún serena/ en los brazos del vasto delta / adornado todavía de desnudas flores de loto/ aromadas por alegres risas de infantiles Kanes./ Aborrezco los lugares apartados del sol/ en los que solo brilla la fría soledad de la nieve mancillada/ y dispone el monocorde redoble de un orden aflorado al margen del magnánimo loto / y embrutecido de entrañas de beluga./ Los zares no están,/ tampoco los bolcheviques,/ la ciudad es ahora un volcán de hielo/ en manos de una sierpe de maldad/ que amenaza con diluir definitivamente/ la roja tinta de la revolución / y agotar bajo el loto la larga sombra del esturión».
El marxismo no es una pose en el poder, sino un fraternal entender, un coraje en el querer, un ser en la dignidad.