El Gobierno suele celebrar con entusiasmo los datos macroeconómicos: récord de afiliación a la Seguridad Social, descenso del paro registrado, crecimiento del PIB… y concluye que la economía “va como un cohete”. Pero cuando se analizan “polo miudo” los indicadores sociales y estructurales, la realidad es muy distinta para millones de personas.
Así, unos 12,5 millones de personas, el 25,8% de la población, está en riesgo de pobreza y exclusión y la pobreza severa afecta a 4,1 millones. Pobreza y exclusión social que, datos de Bruselas, afecta a uno de cada tres niños, cifra escandalosa que sitúa a España entre los peores de Europa y revela una profunda fractura social.
Tampoco se puede hablar de una recuperación real con las cifras de paro que el sindicato USO eleva a 1,2 millones más de los registrados en el Servicio Público de Empleo. De los datos oficiales, el 46 % de los desempleados lleva más de un año sin trabajo, atrapados en un paro estructural. Por otra parte, España lidera con diferencia el desempleo juvenil en la UE, con todo lo que eso implica para la vida de e los jóvenes que, cuando trabajan, lo hacen con contratos precarios y sueldos bajos, sin perspectivas de futuro.
El Gobierno también presume de reforma laboral que, según sus cifras, redujo la temporalidad. Pero en la práctica, el 83 % de los contratos siguen siendo parciales, temporales o fijos discontinuos. Es decir, cambian de nombre pero no garantizan estabilidad ni dignidad laboral. Para muchos trabajadores el empleo ya no es garantía de una vida digna. Sumen a esto que el PIB per cápita es sensiblemente inferior a la media europea y la productividad por hora trabajada apenas alcanza el 80% de nuestros vecinos.
Todos estos datos se agravan con el problema de la vivienda. No hay vivienda pública y el acceso a un hogar se ha convertido en un privilegio más que en un derecho con alquileres disparados, hipotecas inalcanzables y nula capacidad de ahorro en hogares precarios. La carencia de vivienda es un problema económico y social que impide la emancipación de los jóvenes, cronifica la pobreza, alimenta la desigualdad y erosiona la cohesión social.
Estos y más datos demuestran una desconexión entre los indicadores macroeconómicos y la vida real de los ciudadanos. Una cosa es la macroeconomía -el lenguaje de los gráficos y porcentajes- y otra muy distinta es la microeconomía que se encuentra al ir a la plaza, al abrir la nevera, al pagar el alquiler o los recibos mensuales.
España necesita una economía que crezca que genere empleo digno, que no solo suba en los rankings, sino que saque de la exclusión a quienes llevan tiempo fuera del sistema. El verdadero éxito económico no se mide solo en datos de grandes cifras, sino en el bienestar tangible de la mayoría social y ahí queda mucho por hacer. Por tanto, sobra tanta euforia.