Hace cuarenta años, cuando el Partido Socialista liderado por Felipe González ganó las elecciones, un Alfonso Guerra eufórico dijo “Vamos a poner a España que no la va a reconocer ni la madre que la parió”.
Era una declaración de intenciones que se hizo realidad en innumerables logros de los gobiernos González, que tuvieron sombras, pero sobresalieron más las luces. Consiguieron estabilizar la democracia y normalizar la actividad política entre asonadas y el terrorismo, universalizar la sanidad y educación, revitalizar la economía… España alcanzó proyección exterior y un progreso económico-social sin precedentes. “Mi prioridad, dice ahora F. González, fue mantener la convivencia democrática para vivir en libertad, paz y progreso”.
Cuatro décadas después, España está gobernada por una coalición liderada por las mismas siglas, “pero es un partido distinto”, dijo Alfonso Guerra y son personas diferentes. Rescaten por curiosidad los posados de los primeros gobiernos de Felipe González y de Sánchez y comparen a Felipe, Boyer, Solchaga, Enrique Barón, Solana, Moscoso o Almunia con Sánchez, Iglesias, Garzón, Belarra, Irene Montero, Yolanda Díaz, Pilar Alegría, M.J. Montero o Nadia Calviño. Hay una distancia insalvable entre los curriculos, la trayectoria profesional y prestancia de aquellos ministros que gestionaron la “res pública” durante un tiempo, y los ministros de ahora, muchos de los cuales no tienen otro modo de vida que la política.
En cuanto al modo de gobernar, el presidente actual tiene mala relación con la verdad, pone las instituciones del Estado a su servicio, abusa del Decreto Ley, ningunea y utiliza al Parlamento de forma mamporrera -también la oposición- y es rehén de los que le apoyan a los que hace concesiones que ponen en peligro la unidad del Estado.
Esto no lo haría Felipe González, escrupuloso con las formas y pactos democráticos.
Tampoco la oposición eleva el nivel y eso hace que, por unos y otros, vivamos ahora en una España dividida y crispada. La España en la que Felipe González luchaba por recuperar la convivencia y las libertades degeneró en el país intransigente e intolerante en el que se fomenta el insulto, el odio y el rencor y cada día está más alejado de la concordia.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? “Para una sociedad lo peor no son los fracasos, sino que no haya proyectos que hagan soñar”, dijo el Rey, y ahora mismo en España ese proyecto no existe.
En otros países, un clima político y social tan deteriorado agitaría la calle, amenazaría la estabilidad y retrasaría el progreso. Pero aquí vamos teniendo suerte porque la mayoría del pueblo actúa como dique de contención del daño causado por los políticos.