Pensar que Sánchez es un crisantemo sobre la lápida de la democracia, es especular. Sánchez es, de momento, un nardo de apolíneo tallo disponiendo Tersites en mandados de dudosa acreditación democrática, para un fin superior, él, y los suyos.
Podía parecer temerario, tanto como rehén de unos y otros, pero conjeturo que es él quien está tomando rehenes. Primero entre esa izquierda alternativa, que lo tiene por sustento en los afanes de ostentar poder, y luego entre los insaciables nacionalistas, a los que no duda en concederle no solo lo que piden, sino aquello que encurte sus imaginarios patrios.
No hablo de fobias florales, no las tengo, me gustan las flores y los campos santos; solo constato que él es la florida pieza de una máquina de poder. Y no albergo duda de que los demás también lo son. Pero no divaguemos, Sánchez sabe que la dádiva lo convierte en generoso dador y a los demás en remediados mendicantes, que si, desagradecidos, levantan la mano en su contra, no tiene él porque tener reparo en levantar la suya.
Dirán los bien intencionados: ¿Cómo, si se ha quedado sin instrumentos legales para detener la tropelía? Y ahí de nuevo el pútrido olor a crisantemo, el nardo, que guarda en la manga aquello que lo faculta, la indisoluble unidad de España. Y quién se lo puede afear, ¿los que hoy lo nombran felón?, ¿o los que lo aclaman redentor? Ellos serán, entonces, los traidores y la traición, y de él la leal “Legión”..