Canonización civil

Los pueblos soberanos no existen y la soberanía de los pueblos no reside en su capacidad de gobernarse dentro de los límites de igualdad, libertad y fraternidad que deberían presidir su sana relación social, sino en su capacidad de sufrir los designios de los tiranos que copan sus gobiernos y los hacen, a su vez, corresponsables de sus atrocidades de tal modo que no solo son sus víctimas, sino que son, junto a ellos, verdugos, y como tal responsables de sus criminales actos. Se rompe en esa perversión el Contrato Social que propugno Rousseau, sí, pero eso qué importa.


El tirano ha sido elegido democráticamente y en ese mandato ha ido creando un entramado legislativo golpista sin otro objeto que el de asegurarse, a través de su permanencia en el gobierno, el poder absoluto y servirse de él para colmar las ambiciones personales y de grupo. Ese es el caso de Putin, ayer, de Hitler.


La voluntad popular, afirma en esencia Rousseau, es darse cada uno a todos para ser en todos y cada uno él y a su vez todos. De esa idea nace el supremo respeto a él, en el que él le debe a los otros: ¿cabe mayor garantía?


La cuestión no estriba en la roussoniana religión civil sino en la sociedad civil; instrumento de vertebración fundado sobre las sólidas bases de la creencia en los postulados que conforman la verdadera soberanía, esa que otorga la sana voluntad popular no tanto para derrotar al tirano como para no elevarlo a los altares.

Canonización civil

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