6.45 suena el despertador, más bien “Clocks” del Coldplay, anunciado que es tiempo de levantarse. Arranca el día, cuando todavía la noche anda dando vueltas, colando su tenue luz por la ventana de la habitación. Un día cualquiera de lunes a viernes. Me desperezo a ritmo de escritura automática, planteando un #enfoquedeldía, su café y su banda sonora en mis historias de Instagram. Ducha, un matcha y directa para la oficina. Rutinas.
Viernes 1 de septiembre, estrenamos mes y terminamos semana, que para muchas personas será también el retorno tras las vacaciones estivales. La temperatura agradable, los cielos nublados y los días más cortos nos acercan, poco a poco, a los horarios escolares, las reuniones y actividades que nos recuerdan que se va a ir instalando el otoño. Pies a tierra y “vuelta al cole”.
Habitualmente nos quejamos de la rutina. Hablamos de la depresión post-vacacional, de acostumbrarnos al día a día, de volver a arrancar, de madrugar, de los atascos, de las relaciones en nuestro entorno laboral... Se asocia a lo aburrido, al sinsentido de lo de siempre, a lo que no cambia, a lo que no apetece. Pero podemos romper esa mala prensa.
La vuelta de la desconexión veraniega trae también sus ventajas para adentrarnos de nuevo en los ritmos cotidianos y el orden. Orden físico, implica orden mental. Ya lo comentaba el etólogo Konrad Lorenz “la rutina no solo no es aburrida, cansina o de “pringaos”, sino muy necesaria, sobre todo en tiempos inciertos como los que vivimos. Más aún, a veces se convierte en el único refugio y en un modo de mantener la cordura”.
Bendita rutina, benditos esos momentos en los que parece que todo está predeterminado y que no hay sorpresas, días en los que no hay nada que celebrar, pero tampoco que lamentar. Rutina no tiene por qué ser sinónimo de monotonía si no de pautas, una cierta organización y, por lo tanto, seguridad. Reconozco que siempre he sido de las que ansiaba las sorpresas, no tener un día igual que otro, lidiar con lo imprevisto y la reina de lo extraordinario, a pesar de mi “toc” controlador. Con el tiempo, he empezado a apreciar lo esperado, los días tranquilos, lo previsto, la normalidad, a la par que, curiosamente, soltaba mi faceta más planificadora. Se trata de encontrar el punto de equilibrio entre control y caos, un espacio que se ajusta más a la medida entre libertad y orden.
Haces lo que toca, vas y vienes, subes y bajas, planificas e improvisas, según corresponda. Podemos coordinar una cierta agenda y dejarnos llevar por algún que otro cambio. Imagínate seguir siempre la misma ruta de la oficina a casa y alterarla debido a un desvío de tráfico o porque sí, seguro que descubres lugares nuevos. Introducir esos pequeños cambios suman más que restan, no se trata de revoluciones si no de evoluciones. Por otra parte, la “repetición” de tareas nos aporta también aprendizaje y, por lo tanto, perfeccionamiento. Sin iteración, rutina y hábitos no puede haber excelencia en el desarrollo de nuestras capacidades y competencias. Es imprescindible.
Repito pues ¡bendita rutina! Feliz de volver al trabajo, a la recta final de este año o al inicio de este “curso escolar”, cada uno que lo lea en su idioma, con ideas renovadas y hábitos conocidos, atendiendo a Deepak Chopra cuando declaraba que “casi el 50 por ciento de la fórmula de la felicidad depende de las cosas que elegimos hacer en nuestra vida cotidiana.”