Belarra y Montero, las ministras de Unidas Podemos, bajo la batuta de Pablo Iglesias, en lugar de condenar la salvaje agresión de Putin a Ucrania, de formar parte del grupo de los demócratas y de salir a la calle en manifestaciones contra la guerra, piden diálogo y adiós a las armas para callar los misiles y los tanques agresores de Putin. Esa actuación vergonzosa y vergonzante que las pone al lado del agresor y no de los millones de víctimas, ancianos, mujeres y niños en su mayoría, forma parte de su identidad, pero también del ajuste de cuentas que están llevando a cabo contra Yolanda Díaz, la política que fue aupada a la vicepresidencia a dedo por el propio Iglesias y que ha decidido soltar lastre porque Podemos ya es una máquina obsoleta y perdedora. El comunismo nunca perdona la desafección y la castiga siempre con la mayor dureza posible. Putin está destruyendo con una crudeza inaudita a Ucrania porque quiere ser un país democrático y libre, fuera de la opresión de la horma soviética. Les ha costado tanto conquistar la libertad que están dispuestos a morir para defenderla.
Los ajustes de cuentas forman parte de la naturaleza humana. El homo sapiens no se diferencia tanto del neandertal y sigue siendo un lobo para sus hermanos. Lo podemos ver en situaciones excepcionales, como las guerras, pero también en la vida real. En los partidos políticos, los ajustes de cuentas son permanentes. Internamente y contra los adversarios. Lo tenemos reciente. A veces tardan en producirse, pero cuando llegan, no crece la hierba. Pero hay que tener cuidado porque como decía Confucio, “antes de empezar un viaje de venganza cava dos tumbas”. La cada vez más extendida cultura de cancelación no es más que una venganza que trata de sepultar no solo a la persona sino también su obra. En los divorcios casi siempre se busca el ajuste de cuentas en lugar del bien de los que no tienen ninguna culpa. Corinna Larsen, que ha sido la gran beneficiada económica de los graves errores del rey Juan Carlos, ha planeado la venganza con la máxima frialdad. Las bandas latinas son eso, un permanente ajuste de cuentas. Y hasta en un asunto menor, como la muerte de la escritora Almudena Grandes, famosa por su buenos libros pero también por sus exabruptos contra personas que pensaban diferente a ella, el Gobierno quiere hacer su peculiar ajuste de cuentas “bautizando” a la estación de Atocha con su nombre por no haber sido
“valorada” por los políticos de la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid.
La gran respuesta de acogida de la Unión Europea a los refugiados de Ucrania y la solidaridad de todos nosotros contrastan con lo que hizo Europa --y lo que hacemos y decimos los ciudadanos-- cuando esos conflictos, esas agresiones, esas matanzas indiscriminadas, esa eliminación de la libertad, esas brutales violaciones de los derechos humanos se producen en otros lugares como Afganistán, Libia, Siria, Mali, el Congo o el África subsahariana por otros dictadores, por otros militares, por otros ejércitos. Nos pilla tan cerca que nos da miedo. Nos conmueve, sí, pero, sobre todo nos asusta el riesgo próximo.
Tenemos que exigir a nuestros políticos que la solidaridad sea con todos los que la necesitan y que el ajuste de cuentas deje paso al diálogo y a pactos por la estabilidad y por la construcción de sociedades más justas. Aquí y ahora, el único ajuste de cuentas aceptable es el de todo el mundo libre con el asesino Putin para fortalecer lo que nos hace mejores: la democracia. Un poeta italiano, Pietro Metastasio, decía que “usar la venganza con el fuerte es locura, con el igual es peligroso y con el inferior es vileza”.