Los años 90 en Ferrol, como reconocía su autor (y colaborador de Diario de Ferrol), Miguel Castro, en una entrevista reciente en estas mismas páginas, fueron duros. Presión fue la palabra que utilizó, en concreto, para referirse a una época y unas circunstancias vitales –la adolescencia y primera juventud– que suelen marcar y condicionar la vida de las personas.
Partiendo de esa premisa, “La cuadrilla de las olas rotas” es la primera novela de Castro (Ferrol, 1979), pero no la que primero se publicó. Antes llegó “Lodo”, con la que se presentaba en su faceta literaria –ficción–, y con buena nota, por cierto.
En este último texto, que edita gracias al apoyo de la asociación cultural Fuco Buxán, Castro da un paso más. Primero por la dificultad formal o técnica que supone enfrentarse a una historia de más de 300 páginas. No es fácil mantener la tensión, a pesar del gancho “generacional” –lo veremos más adelante– que la impulsa, de una historia que aborda, como temas prioritarios, el duelo y el recuerdo.
La pérdida, en definitiva, y la manera de los que quedan de sobrellevarla. Roberto, fallecido ya en su madurez en un accidente de tráfico, protagoniza esta novela coral en la que familia y amigos reconstruyen su figura a través de los testimonios y las experiencias compartidas. Castro estructura bien los saltos temporales –es una de las virtudes de la obra–, seguramente por la influencia de dos de sus pasiones, la cinematográfica –que conocemos bien en este medio– y la musical, que es el hilo conductor de aquellos “maravillosos” años que constituyen la adolescencia.
Nos ha gustado, y mucho, “La cuadrilla de las olas rotas”. Y aunque hay aspectos de corte más formal que el autor seguro que irá puliendo en sus próximas entregas, esta novela “generacional” ha sido capaz de provocar un efecto que no deja de perseguirnos con el paso de los años: la nostalgia. No tiene nada de malo en su dosis adecuada, sobre todo si, como aquí, se hace bien. Y Castro lo hace, porque en estas páginas nos estamos reconociendo.