Qué sorpresa. Qué grata sorpresa. Es realmente difícil, en el actual panorama cinematográfico de las grandes producciones, el de Hollywood, que aparezcan trabajos innovadores, frescos, originales. Ese mundo de las estrellas se mueve, casi únicamente, entre remakes, reboots y sagas interminables de superhéroes. Y así, de repente, aparece en nuestra cartelera el nuevo trabajo de Ryan Coogler y, si no llega a ser por el runrún que se generó sobre esta película, nunca me hubiese dirigido a la sala de cine a verla.
Ryan Coogler es un director de grandes producciones conocido por dirigir las dos películas de Black Panther (sí, de superhéroes), que no vi, y de una más que buena película de la saga de Rocky Balboa llamada Creed. En ella, el hijo del legendario Apollo Creed, interpretado por el actor Michael B. Jordan, es entrenado por Rocky para llegar, como su entrenador, al estrellato del mundo del boxeo. Cuando la vi, me sorprendió. Tiene mucha fuerza. Sin duda, de las mejores secuelas de la saga, bebiendo de lo mejor de esta y dándole nuevos aires a todo lo visto. Hasta aquí mi conocimiento sobre este director que, en esta ocasión, me ha dejado boquiabierto.
Los Pecadores nos lleva a 1931, al sur de Estados Unidos. Dos hermanos gemelos regresan de Chicago a su población natal. Le dicen a su primo, joven cantante de blues, hijo de un predicador, que no se engañe, que segregación también la hay en el norte, solo que con altos edificios que la camuflan.
Los hermanos (Michael B. Jordan interpreta a ambos) quieren montar un local nocturno el mismo día de su llegada. Aquí comienza nuestra película. Antes ya nos avisaron de que, en ocasiones, determinadas personas, bendecidas por la magia de la música, son capaces de acercar al presente espíritus del antes y del mañana. También, incluso, pueden llegar a atraer demonios de otros mundos.
Los gemelos contratan a golpe de talonario a un montón de vecinos para que les ayuden en la propuesta. Con ellos, inmersos magistralmente en la recreación de una época plagada de desigualdad, esclavitud y Ku Klux Klan, nos adentramos en un mundo de gánsteres, vicio y blues. Al llegar la noche, el despiporre.
“Los Pecadores” es un filme maravillosamente imperfecto. Sus 130 minutos nos dejan entrever que en él hubo bastantes tijeretazos y que el filme originalmente pensado abarcaba más las historias de los lugareños. No importa. No se resiente. La película cambia de tono, de género, una y otra vez, sin nunca desencajar ni verse extraña. Hay quien habla de ella como la nueva Abierto hasta el amanecer. Seguro que recuerdan aquel divertido filme de Robert Rodríguez por donde también andaba Tarantino. Entiendo el símil.
Una historia, un local y vampiros. Pero si aquella noventera película se dividía en dos filmes totalmente diferentes, en Los pecadores no es eso lo que encontramos. Todos los géneros se fusionan de una manera compacta, sustentados, sobre todo, por el amor a la música, a la de raíz, a la auténtica que sale del pueblo, del corazón. De principio a fin funciona. Quédense en la sala a ver uno de los epílogos más bonitos y divertidos de los últimos tiempos. El ayer y el hoy se funden con todo el sentido del mundo. La película tiene ecos de películas como El color púrpura y de Entrevista con el vampiro, pero lo que vemos resuena fresco, original.
En “Los Pecadores” disfrutamos de una maravillosa fotografía, de unos planos secuencia realmente logrados tanto en los momentos más costumbristas como en los de acción pura y dura. También encontramos un guion mordaz, fuerte, donde el sexo está muy presente. La película no se corta nunca en nada. Su humor es curioso, atrevido. Y entre tanto fogonazo, entre tanta diversión, como digo, la música. En “Los pecadores” aparecen tres más que improbables números musicales que nos dejan estupefactos. Vemos lo que nunca creímos que pudiera suceder en un filme ambientado en los años 30 (y no hablo de los vampiros).
Cuando suenan las guitarras eléctricas todo sube de escalón y sentimos la suerte de verla en una pantalla grande del cine. Luego, más adelante, también veremos la “fiesta” de los malos. Al vivirla, nos ponemos en duda. Ya no sabemos el lugar donde nos gustaría estar. Impresionante. Qué jolgorio.
“Los Pecadores” es, para mí, la película más sorprendente de este 2025 y, también, la que más me ha gustado. Me parece increíble decir esto de un producto que viene de los grandes estudios, pero sí. Es tan arriesgada como divertida, tan loca como pasional, tan de gran estudio como de serie B de John Carpenter.
Alucinante que al amigo Ryan Coogler le hayan dejado 100 millones de dólares para hacer esto. La suerte es que el filme ya lleva recaudados más de 200 y, quizás, los grandes estudios vuelvan a arriesgar su dinero con propuestas así.
“Los pecadores” es una orgía de sensaciones. Una fiesta del cine, del entretenimiento más salvaje. Todo bien hilado por otro arte que no es el séptimo: La música. Ella es la gran protagonista y la que hace que todo vibre, que emocione. El compositor Ludwig Goranson (40 años) ha hecho un trabajo espectacular. Ha sabido llenar y encajar las piezas de un complejo puzzle narrativo para que esta historia, tan loca, cobre sentido.