La segunda planta del internado para niños con discapacidad de Dnipro se quedó vacía al estallar la guerra: treinta menores en silla de ruedas fueron evacuados a Ucrania, otros se fueron con sus familiares, y se pararon hasta nueva orden todas las adopciones.
Ahora quedan en el internado 45, en su mayoría con una discapacidad mental severa. Pese a no ser conscientes de lo que pasa en el exterior responden con nerviosismo al sonido de las sirenas.
Valentyna Mykolaivna, directora de este internado situado a las afueras de Dnipro, acompaña a EFE por los enormes pasillos pintados de verde que separan las dependencias del centro. Muestra la sala de juegos, de fisioterapia, de rehabilitación, de psicología, de logopedia, y explica para qué servía cada material que hay sobre la mesa.
En las habitaciones vacías hay ventanas que dan a un jardín y un completo silencio. En las paredes hay fotos de los niños que ahora están en Lublin (Polonia). No volverán hasta que termine la guerra.
En el internado residían 115 niños, la mayoría de ellos huérfanos o con padres que se desentendieron de sus cuidados. Solo se quedaron los niños con una enfermedad tan severa que no podían ser evacuados porque necesitaban una atención sanitaria específica. Ellos están en el primer piso, en habitaciones de cuatro camas donde reposan otros tantos niños alimentados por sondas.
“Aquí están los que tienen entre 4 y 8 años”, dice Valentyna mientras acaricia a uno de ellos, que responde al gesto moviendo sus ojos. Apenas son consicentes de nada pero las sirenas les producían nerviosismo y agitación, asegura la directora del centro.
Como no los pueden desplazar a ningún sitio cuando hay amenaza de un ataque, ha protegido las ventanas con un sistema que tiene como contrapartida que apenas entra la luz del sol. “Las paredes del centro son fuertísimas. Están bien protegidos”, dice la directora.
Las amenazas las perciben mucho más otro grupo de niños que también está en el centro. Son chicos con parálisis cerebral infantil. Están viendo la tele mientras meriendan. “En las últimas semanas hemos tenido niños con ataques de pánico”, dice la directora del internado.
En el centro trabajan un centenar de personas, entre psicólogos, cocineros, personal sanitario, profesores… Nadie rehuyó su responsabilidad de cuidar a los niños y todos ellos siguen trabajando, dice la directora, a excepción de quienes se han ido al frente o se dedican ahora a cuestiones de voluntariado.
“Al principio estábamos muy asustados. No sabíamos bien cómo actuar pero en ningún momento se nos pasó por la cabeza abandonar. Aquí tenemos a nuestros niños enfermos, solo nos tienen a nosotros y lo único que nos importaba era cómo protegerles mejor”, explica.
La maquinaria empezó a funcionar y después de la evacuación se comenzaron a organizar otro tipo de cuestiones. Por ejemplo, los niños con discapacidad física siguen asistiendo a sus clases online. Incluso tienen sesiones con la psicóloga y la logopeda del centro una vez por semana.
“Los echo mucho de menos. Espero que puedan volver pronto, aunque estoy tranquila porque sé que ellos en Polonia están bien. Mientras dure la guerra hay que protegerlos de cualquier ataque. No podrían huir, no sobrevivirían”, explica a EFE Nina, que trabaja como logopeda.
Hay otras cosas que también están paradas. La directora del centro admite que ellos en concreto no tenían en marcha ningún proceso de adopción en estos momentos. “Teníamos familias interesadas de Europa y de Canadá. No sabemos si querrán seguir con el proyecto”, lamenta. No se podrán retomar las adopciones hasta que acabe la guerra.