La Central Librera de Dolores acoge este lunes a las 19.00 horas la presentación de la última obra de Marcos Giralt Torrente, “Los ilusionistas” –editorial Anagrama–, un abordaje intenso sobre cómo la familia condiciona el presente y el futuro.
¿Este libro es, sobre todo, una cuenta pendiente, un trabajo que llevaba tiempo intentando abordar?
La pregunta principal a la que trata de responder el libro, ¿qué nos hace ser como somos?, me acompaña desde antes incluso de querer ser escritor, cuando empecé a darme cuenta de que mi madre y sus hermanos tenían vidas muy distintas de las que habría sido previsible. Empecé a escribirlo en 2012 y avancé muy lentamente porque había conflictos no resueltos que tenía que solucionar antes de escribir sobre ellos. Era necesario limpiar mi mirada. Huir del resentimiento.
Rechaza que sea un libro de no ficción, pues su intención es más universal, pero ¿en qué medida le ha ayudado a “comprender” la historia de sus abuelos? ¿El acceso a las cartas le ha dado otra perspectiva sobre la familia?
La lectura de las cartas me dio una comprensión más profunda de la relación entre mis abuelos, de la pasión amorosa que los unía, y también de las dificultades y sacrificios que mi abuela tuvo que afrontar cuando se quedó en Galicia con los hijos de ambos mientras mi abuelo marchaba a Madrid para abrirse un hueco como escritor. Esa situación tan anómala duró más de diez años y los marcó no solo a ellos sino también a sus hijos.
¿De qué manera cree que los antecesores condicionan la vida de los descendientes?
Somos un eslabón en una cadena que se remonta muy lejos y que tendrá después de nosotros otros eslabones. Los que fueron e hicieron nuestros padres y abuelos nos condiciona igual que nosotros condicionamos a nuestros descendientes. Es muy difícil sacudirse la influencia familiar incluso si nos rebelamos en contra. Los primeros años, en los que aprendemos a mirar el mundo con las claves que nos suministran nuestras familias, son fundamentales en la forja de nuestra personalidad.
¿Podría considerarse una especie de introspección o terapia? Es decir, ¿indagar y profundizar en sus mayores era una necesidad para comprenderse mejor a sí mismo?
Entiendo la literatura como un intento de comprender el mundo que nos rodea y a nosotros mismos. En ese sentido no es muy distinta de la filosófica. La diferencia es que esta tiene la pretensión de alcanzar las respuestas que persigue por medio de la razón y la literatura, desconfiada de la posibilidad real de alcanzar esas respuestas, se sirve de la intuición poética como una forma de representar la realidad y sus conflictos. En la medida en que en “Los ilusionistas” indago en mi pasado familiar puede decirse que busco también una forma de autoconocimiento. Sin embargo, mi afán siempre fue crear un espejo en el que cualquier familia pudiera mirarse. Busco lo universal, no lo particular.
Con “Tiempo de vida” ganó el Premio Nacional de Narrativa y consiguió prestigio internacional. ¿Cómo ha llevado la presión que sigue a la consecución de esos reconocimientos?
Tras “Tiempo de vida” sentí presión, sí. Pero no por los premios, sino porque fue un libro muy leído, muy celebrado. Mucha gente, muchos lectores, me preguntaron si sería capaz de escribir otro libro igual de intenso y verdadero, dando por hecho que no lo lograría. He publicado cuatro libros desde entonces. Dos cuentos, uno de ensayos y crónicas y “Los ilusionistas”.
En los tiempos actuales, convulsos y confusos, también en el campo cultural, ¿cuál es el papel que tiene que jugar la literatura y, en concreto, el escritor?
Me preocupa el porvenir y, por desgracia, no soy muy optimista. Es evidente que estamos dando pasos hacia atrás. Uno de los principales problemas es que la gente está dejando de informarse cabalmente. Los chicos de la generación de mi hijo no leen los periódicos ni tan siquiera ven el telediario. La información les llega a través de las redes y, como poco, está mediatizada por un algoritmo que les suministra una representación muy pequeña de la realidad en la que a menudo proliferan los mensajes simplistas. ¿Qué podemos hacer los escritores? Lo que hemos hecho siempre. Intentar entender la sociedad en la que vivimos. Lo malo es que la historia nos demuestra que, cuando se avecina un desastre, de nada sirven las señales de alerta. Estamos viviendo unos tiempos muy parecidos a los años treinta del siglo pasado. Todo el mundo lo dice, pero quienes ostentan el poder hacen muy poco para evitarlo.