Hubo un tiempo, y no hace tanto, en que la ría de Ferrol era el principal banco de almeja babosa de Galicia. En ella se extraía aproximadamente la cuarta parte de toda la que se vendía. Era otra época, con buenas cifras de empleo en un sector que tras largos años de lucha había conseguido dignificarse y profesionalizarse y con una facturación excepcional. Hace 25 años, por ejemplo, se comercializaron por los cauces reglamentarios 1.803 toneladas de este molusco bivalvo en todas las lonjas de la comunidad autónoma. De ellas, 427 se compraron en Ferrol, Barallobre y Mugardos.
Un banco destacaba sobre el resto, As Pías. Eran 400 personas faenando allí diariamente. Había trabajo para todos y en casi todos planeaba la idea de que esa riqueza no se iba a acabar nunca. “Era una mina”, explica Fran, uno de los mariscadores a flote que vivió esa época de auge entre finales de los 90 y primeros 2000. “Hablamos de mareas en diciembre de 25.000 o 30.000 pesetas diarias”, añade. La ría era la gallina de los huevos de oro e incluso llegó a lanzarse una campaña –todavía hay algún cartel camuflado en la avenida de As Pías que lo recuerda– que exaltaba las cualidades del bivalvo.
Con todo, entonces ya comenzaba a dar algún síntoma de agotamiento: en el 2000, las cifras empeoraban –sin notarse excesivamente, debido a la bonanza– con respecto a 1999, y a 1999 le pasó lo mismo en relación con el año anterior.
427 toneladas de almeja babosa se comercializaron en las lonjas de la ría de Ferrol en el 2000; este año van 1,7
El primero de los dos grandes golpes encajados por el sector del marisqueo llegó desde Bruselas con la clasificación de las zonas de producción en función de la calidad de las aguas. La falta de saneamiento –toda la población que reside en el entorno de la ría vertía sus aguas residuales al mar– fue la causa. Y el resultado: gran parte de la lámina de agua fue clasificada zona C –incluso una D, en la ensenada de Caranza–, lo que suponía que por su nivel de E.coli no podían extraerse moluscos bivalvos sin someterse a una depuración intensiva.
El sector se revolvió porque, en la práctica, esa medida suponía el cierre del banco de As Pías, así que, tras las movilizaciones, se acordó con la administración autonómica solicitar una moratoria que conllevó un plan de dinamización por el que los mariscadores, durante parte del año percibían una cantidad, a cambio de la realización de acciones de limpieza y regeneración.
Ese sistema llegó a su fin en 2011. La conselleira do Mar, Rosa Quintana, propuso una alternativa: la reinstalación en batea. Eso significaba que el marisco de las zonas C podría extraerse y depurarse en aguas limpias para su venta. Las cofradías se revolvieron, pero acabaron por aceptar el cambio. Aunque el precio del kilo de almeja, sobre todo babosa, era más bajo, se pudo retomar la actividad “normal”, no sin dificultades. En 2015, por ejemplo, los mariscadores de los tres pósitos de la ría comercializaron 140 toneladas, es decir, menos de un tercio que en el año 2000.
Pero lo peor estaba por llegar. La extracción de este molusco bivalvo se ha desplomado desde entonces: 90.600 kilos en 2016, 64.600 en 2018, 15.500 en 2020... Y 7.500 el año pasado.
Las cofradías llevan años advirtiendo de diferentes problemas, como escasez de producto de talla comercial, mortalidad excesiva y, ahora, la constatación de que el bivalvo llega a un momento de su proceso de crecimiento en que se estanca, muere... Y desaparece.
Está pendiente de hacer el estudio integral, otra de las acciones que vienen reclamando para conocer las causas del desastre. Se apunta al cambio climático, a variaciones ambientales no atribuibles al sector, que han provocado la desaparición de estas especies. El paro biológico de tres meses se interpreta como un parche en el sector, al que lo que le queda es capear el temporal, aunque para muchos ya sea tarde. No aguantan más y han decidido cambiar de profesión. Este año, la almeja babosa empeorará las cifras de 2024, así que ya no quedará más suelo que tocar.