El “carrito de don Amable”, un café con sonrisas que hace algo más soportable la quimio en Ferrol

De lunes a viernes, las personas que acuden al Naval a ponerse el tratamiento reciben la visita del servicio
El “carrito de don Amable”, un café con sonrisas que hace algo más soportable la quimio en Ferrol
Fátima, María y Eva con el “carrito de don Amable” antes de iniciar la ronda el pasado jueves | Jorge Meis

“¿Quiere un café o un zumo? ¿Quizás una infusión? ¿Prefiere un caramelo o una magdalena?”. Tres mujeres empujan un carrito por el hospital de día Onco-Hematológico, ubicado en el Hospital Naval de Ferrol. Se abren paso por los corredores, donde vecinos y vecinas de Ferrolterra miran a las pantallas esperando su turno. Los que les precedieron, al otro lado de la pared, ya están recibiendo su tratamiento de quimioterapia. Tienen cáncer, una enfermedad que no es de color de rosa y que a todos nos cuesta nombrar, como si no formase parte, lamentablemente, de la vida de todos.


María Fernández, Fátima Fraga y Eva López son las voluntarias de la Asociación Española Contra el Cáncer que recorrían la planta anteayer, de once a una, ofreciendo un tentempié a los pacientes y a sus acompañantes. La primera lleva empujando desde 2021 a “don Amable” —que así llaman a la camarera en la que llevan bebidas y snacks saludables—, empezando después de la pandemia, cuando se retomó el servicio. La segunda lleva dos años y su compañera se incorporó el pasado mes de enero. 


“El carrito funciona de lunes a viernes, esas dos horas, y cada día hay tres voluntarias que no cambian de jornada, con la idea de poder establecer un vínculo, una confianza con las personas que están allí tratándose”, explica la presidenta de la sede ferrolana, Isabel Estevan. “Si falta alguien, se sustituyen entre ellas, y se encargan de hacer café, infusiones... Todo sin cafeína, sin azúcares añadidos... Una oferta supervisada por el Sergas y que es común a todos los hospitales de España que cuentan con este servicio”, ahonda.

 

Agradecer 


“Me va en la raza, soy enfermera”, contesta María cuando se le pregunta por la motivación que le ha impulsado a hacer este voluntariado para el que no todo el mundo vale, explicando además que “tuve un tumor de mama y la Asociación me dio la vida, así que quise devolver algo”. En esta misma línea se expresa Fátima, que empezó al jubilarse de Navantia porque “también padecí cáncer, hace 12 años, y quiero ayudar a que la gente conozca todo lo que la entidad puede hacer por ellos”.

 

 

Y es que, además de repartir amabilidad, charla y un piscolabis, las voluntarias informan de todos los servicios gratuitos y las actividades que se pueden encontrar en el bajo de la calle de la Tierra número 5. Por allí pasó un día Eva que, aunque no pasó por un proceso oncológico, sí lo hizo por una dolencia cardíaca: “Quería hacer un voluntariado para agradecer una vez que estuve bien, así que fui a informarme allí de lo que hacían y supe que era esto lo que me gustaba. Venir los jueves es muy gratificante. Al final, es terapia para nosotras también”, reconoce.


Sus compañeras asienten y Fátima añade que “puedes estar teniendo un día fatal y llegas a aquí y es como si te tocase la Lotería. Gente que está sola, te cuenta, se desahoga contigo, la escuchas, procuras darle ánimo para seguir... La acompañas”, resume, poniendo sobre la mesa otra de las misiones de este voluntariado: la compañía, a quien la quiera, por supuesto.


“Hay personas que son reticentes, que prefieren estar solas mientras se ponen el tratamiento y, por supuesto, lo respetamos”, apunta la presidenta, al tiempo que su segunda de abordo, Mabel Sanesteban, que ejerce de “vice”, añade que “tampoco estamos aquí para dar consejos. No somos psicólogas, para eso están las profesionales”. Y, en efecto, la de la Asociación Española Contra el Cáncer acude al hospital de día una vez por semana para pasar consulta allí facilitando la atención a sus pacientes.

 

Acompañar


El engranaje de la sede de Ferrol está perfectamente engrasado y parte del éxito reside en el buen hacer de Adela Bastón, coordinadora de voluntariado, quien se encarga desde ha tres años de organizar, formar y cuidar a los 130 voluntarios y voluntarias que forman parte de la entidad. 

 

 

El acompañamiento de los pacientes, el área en la que se engloba “el carrito de don Amable”, cuenta también con otras vertientes como la compañía domiciliaria, el club de lectura o los huertos urbanos de Caranza: “En los últimos años hemos visto un incremento de gente con ganas de donar su tiempo; aquí funciona muy bien el boca a boca y la sociedad ferrolana está contenta con lo que hacemos, confía en la Asociación y en nuestra misión, así que cada vez vienen más”.

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Las voluntarias por los pasillos del Naval con el carrito | Jorge Meis

“El carrito tiene mucha historia detrás y fue nuestro primer reto cuando llegamos a la directiva en 2017 porque ya funcionaba en muchos sitios de España”, rememora Estevan, añadiendo que “era nuestra ilusión, pero no pudimos ponerlo en marcha hasta 2018”. ¿El motivo? La excesiva burocratización con la que se encontraron por parte del Sergas. 

 

“Hay que decir que tanto la Gerencia como Laura de Paz [jefa del servicio de Oncología del Complexo Hospitalario Universitario de Ferrol (CHUF)] estaban muy interesados y nos apoyaron desde el principio, pero fue muy complicado: entrevistas, reuniones, mil vueltas, pedir favores... Hasta que acabamos firmando”, recuerdan las directivas que, gracias a su tenacidad, lograron lo que otros hubiesen dado por imposible.


Eso sí, se acuerdan todavía de que “al principio fue hasta precario” y citan a la fallecida Nieves Loureiro, en aquel momento supervisora de Enfermería, como una de sus grandes cómplices. “Nos buscó el hueco, nos ayudó a colocar las estanterías... Llegamos a tener que preparar las cosas dentro de la propia sala de extracción... Ahora, el espacio sigue siendo reducido, pero lo aprovechamos al 100%”, expone Sanesteban. 

 

 

Otro escollo en el camino de “don Amable” fue la pandemia que, como pasó con casi todo a nivel mundial, también le puso el freno al carrito: “Nos costó mucho volver a entrar, el Sergas fue muy precavido porque, además, estos pacientes están inmunodeprimidos; sin embargo, Laura sabía que era fundamental nuestra labor”, valoran.

 

Respirar


Cada tipo de cáncer es diferente y cada persona vive la enfermedad de una forma distinta. Así que también hay disparidad de respuesta a las voluntarias del carrito, pero la mayoría de pacientes las acoge con cariño. “Me acuerdo de una chica que nos llamaba ‘las azafatas’ porque ella, cuando venía, se imaginaba que estaba viajando, en un avión a México, cerrando los ojos y poniéndose imágenes. Y, de repente, llegábamos a ofrecerle una bebida, como las asistentes”, sonríe Sanesteban.

 

 

“El primer día puede que ni te miren. El segundo, a lo mejor ya saludan. El tercero te aceptan un café y, a lo mejor, al cuarto ya hacen chistes preguntando que cuándo vienen el marisco y la cervecita”, explica Estevan, sin olvidarse de que también dan un respiro a los acompañantes que “muchas veces están saturados y nosotras les decimos que vayan a dar una vuelta, a tomar el aire, mientras nos quedamos con el paciente. Ahí surge muchas veces su desahogo y nosotras estamos para escuchar”. 

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