El termómetro marcaba este miércoles más de 30 grados en Ares, pero el calor sofocante no impide que el engranaje de las alfombras florales del Corpus siga funcionando en esta cuenta atrás. Chas-chas-chas-chas. El sonido de las tijeras de podar se escucha detrás de las esquinas, al otro lado de los muros y las puertas. El verde de las tuyas se pica para almacenarse en capachos que se cuentan por cientos y son las mujeres, en mayoría aplastante, las que llevan a cabo esta tarea, una de las más importantes de esta festividad de Interés Turístico de Galicia que culminará el próximo domingo 22, cuando la procesión pise los tapices tras la misa de cinco.
En la parte trasera del bar O Gaiteiro está el grupo de trabajo del primero de los cinco tramos que pisará la comitiva y, aunque tímidas al principio, estas veteranas que no están acostumbradas “a ser nosotras las que hablamos”, pierden la vergüenza, tomando Inés la voz cantante para repasar la importancia de los materiales que se emplean.
Desde el marco vegetal hasta el café molido y “cernido”, pasando por el serrín y la sal, que se tiñen para conseguir los colores que figuran en el diseño. Tampoco faltan las conchas, los eucaliptos ni, por supuesto, flores tan importantes como el pampillo, con su amarillo intenso, o las hortensias. Este año, además, han incorporado los corchos. Entre tijeretazo y tijeretazo pasan la tarde, desde las cuatro a casi las diez de la noche. Algunas incluso más tiempo.
“Esto es sacrificado, pero es un mes nada más y merece la pena”, explica Inés mientras asiente la veintena de aresanas que se congregan allí. ¿Y los hombres? Algunos hay, pero se dedican más a pintar los diseños en el suelo o a cargar materiales, las “picadoras de verde” son ellas, que comparten una merienda puntual, a las siete de la tarde, mientras cantan, hablan y pasan el tiempo con las vecinas y amigas que siguen conservando las costumbres.
Coinciden en que su momento favorito es “cuando está todo terminado y subes al campanario de la iglesia y la ves completa. Es emocionante porque, desde allí, la nuestra se ve de cine. Es una satisfacción”, valoran, sin olvidarse de que el lunes vuelven a verse para recoger, limpiar y “comer lo que nos sobró”, además de quedar ya “para el próximo año, si Dios quiere”.
Ana y Vero forman parte de este tramo, pero están fuera del recinto con una hormigonera. Ellas bajan drásticamente la media de edad y, aunque llevan toda la vida involucradas, lo cierto es que su compromiso se intensificó hace justo tres años. “Si queremos que nuestros hijos no pierdan esto hay que dar un paso adelante”, explican, reconociendo que poca gente joven está dispuesta a invertir las tardes de todo un mes para preparar las alfombras.
En su caso, la tarea pasa por teñir el serrín y la sal. “Nos traen virutas de una carpintería y las hacemos más menudas con un cernidor grande. Cuando las tenemos muy finas, les echamos agua y el tinte en la amasadora”, enumeran, mostrando los dibujos de los tapices por los que se guían para lograr los colores tal y como están planificados.
A pocos metros, en el local parroquial, otro grupo de mujeres le da a la tijera con soltura. Muchas de ellas llevan enganchados en el cuello unos ventiladores portátiles para sobrellevar el calor. Algunas son pioneras en la fiesta, como es el caso de Chelo o Gloria, que rememoran cómo surgieron las alfombras de Ares, después de una visita de la asociación de amas de casa a Ponteareas hace unos 43 años. “Ya hacíamos algún adorno floral delante de nuestras puertas, pero cuando fuimos allí y las vimos, dijimos, ‘y luego, ¿nosotros no podríamos hacerlas en el pueblo?’ Y las hicimos”, recuerdan.
Ana, más joven que ellas, se emociona al ver entrar a una vecina mayor que no deja de ir a pesar de sus problemas de circulación. “Lleva toda la vida y esto es el orgullo de Ares. La satisfacción de verlas terminadas, tan bonitas, hace que todo merezca la pena”, valora, mientras ofrece bolla de manteca, café, refresco e incluso chupito, al que Lolo, el único hombre, no dice que no.
Aunque algunas de ellas tienen claro que participan por “continuar con la tradición”, las pioneras señalan que “creo que algo hay, y lo hacemos para Él. Nos ayuda. Es un sacrificio, pero nos mueve la fe”, sentencian, reivindicando además que esta forma de “hacer comunidad” se lleve el reconocimiento que merece, algo que también defiende Teresa Muiños, la presidenta de la Asociación de Alfombras Florales de Ares, que vivirá este año una fiesta especialmente emotiva desde que comenzó a seguir “los pasos de mi padre Marcelino, uno de los pioneros”.
Son unas 34 toneladas de materiales los que hacen falta para el tapiz aresano, que mide kilómetro y medio, y el Concello, valora, “se porta muy bien, con subvenciones y prestando sus vehículos y personal”. En su caso, el momento más esperado es “ver Ares durmiendo con sus calles engalanadas y el trabajo hecho. Al día siguiente ya son muchos ojos, pero a mí me encanta cuando me acuesto y solo unos pocos podemos ver el esfuerzo de todo un pueblo que aúna fuerzas para seguir con nuestras tradiciones”.