“Seres sintientes”

El Congreso de los Diputados ha aprobado esta semana una nueva ley de Régimen Jurídico de los animales. A partir de ahora, las mascotas no podrán ser embargadas, hipotecadas, abandonadas, ni apartadas de uno de sus dueños en caso de divorcio. Si, lo han leído bien.

Como solo Vox se ha opuesto –como suele– el resto de sus señorías se han ido de puente a sus respectivas demarcaciones, satisfechos y con la conciencia tranquila, de que los animales domésticos o salvajes han de ser tratados de acuerdo a su bienestar...

Todo suena muy bonito, muy prenavideño, muy de la política de gestos a la que nos estamos acostumbrando. Pero hay que aclarar que esta protección no alcanza a los pichones a los que se sigue disparando en un exclusivo deporte llamado así: “Tiro de pichón”, prohibido en casi toda Europa. Ni a los toros de lidia, a los que se seguirá matando en las plazas, eso sí, con un certificado previo de que no han sido embargados, ni hipotecados. Lo que, sin lugar a dudas, tranquilizará a muchas conciencias. En Cataluña, Aragón, Castellón, los toros embolaos, esos que llevan fuego en los cuernos, seguirán corriendo por las calles cerradas y a oscuras para deleite del personal. Y en los cotos de Castilla La Mancha y Extremadura cientos de perdices, muertas y colocadas en fila, atestiguarán la puntería de los cazadores que pagaron por participar en el ojeo.

A pesar de que la desaparición de estas prácticas no está contemplada, los grupos parlamentarios se felicitaron por la “victoria moral” que supone esta nueva ley, en un país donde se abandonan doscientos mil animales cada año. Se sentían bien, pensando en el consuelo de esos ciudadanos escandalizados con el maltrato animal pero que apoyan la eliminación de las cotorras, especie invasora, que se ha instalado en los parques de las ciudades y que está acabando con los nidos de los otros pájaros. Porque las cotorras, por cierto tan molestas, tampoco están amparadas por esta ley. Ni tampoco los jabalíes que han decidido bajar del monte en busca de alimento y hay quien se los ha encontrado en su jardín. El cumplimiento escrupuloso de la norma obligaría a invitarles, de forma educada, a marcharse. Procurando, eso sí, no herir su sensibilidad.

Vivimos en una sociedad donde determinados perros de compañía reciben esos mimos y cuidados que no disfrutaron nunca los dos menores muertos en el incendio de un local ocupado en Barcelona. Son llevados al veterinario más que muchos niños al pediatra, lavados y peinados, incluso en exceso, para ser “seres sintientes”.

Hay que proteger a los animales; sí, pero a todos . Y dejémonos de hipocresías y de proclamarnos satisfechos porque, a partir de ahora, en un divorcio, el animal de compañía tendrá derecho a ver a “papá y mamá” fines de semana alternos. Sobra buenísmo y faltan lógica y coraje.

“Seres sintientes”

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