Diego Benéitez, en Moretart

Diego Benéitez (Zamora, 1986), que se inició en la plástica vinculado al arte urbano, cuenta, en la actualidad, con una notable trayectoria expositiva a nivel internacional y tiene en su haber importantes premios. Actualmente, muestra en la galería Moretart, bajo el título de “Origen”, un conjunto de cuadros que podrían ser incluidos dentro del género del paisaje, pero que, en realidad, son espacios inventados y, aunque estructurados según la convención tierra, cielo, horizonte, tienen por principal protagonista a la luz. Se trata de una luz aérea, que, a veces, se tiñe de leves monocromías doradas, azules o rosáceas, pero que alcanza su punto álgido de inmaterialidad y de sugerente lirismo cuando se acerca al blanco puro que deviene en pura e inabarcable inmensidad, como ocurre en la obra que titula “En la bruma vive”, donde sólo la delgada línea negra de un lejano horizonte, con ahiladas siluetas que sugieren perfiles de edificios, configura las dos dimensiones clásicas del paisaje: el cielo y la tierra, al tiempo que crea el contraste luz-sombra; en realidad, podría calificarse a esta obra de abstracción minimalista, pues no tiene más protagonista que el vacío blanco y la línea negra. El esquema se repite en todos los cuadros, que vienen a ser variantes sobre el mismo tema, pero hay , en cada uno de ellos, un pálpito de íntimo, de inasible lirismo que se manifiesta en los delicados matices del color que se expanden como volátiles y ligeras auras creando dulces ámbitos de calma, de sosiego y de contemplación. Así sucede, por ejemplo, en “El aire que mueve la luz” donde configura una vasta planicie de dorado atardecer. En “La luz que viaja a mi lado”, de tamaño y estructura similares al anterior, el cielo y la tierra, separados por una dorada y estrecha banda en el horizonte, se han teñido ahora de monocromo gris. El artista trata de expresar, por medio de delicados matices y etéreos cambios lumínicos, la inasible sutileza de las emociones íntimas que se despiertan ante la contemplación de un amanecer en calma o de esos atardeceres en que, -como cantó Juan Ramón Jiménez- “ La tarde se prolonga más allá de sí misma y la hora, contagiada de eternidad, es infinita, pacífica, insondable”. Calma infinita es la que se respira en “Todo por ti”, expresada en leves, huidizos tonos que van de un claro ocre amarillo al gris perlino. Con pincelada acariciante pinta las horas liminales de día, propicias a la interiorización y al silencio, también a los viajeros y azules sueños, como hace en “El espacio de la intuición”; o imagina la tierra incógnita de los claroscuros del espíritu, como en “La utopía del paisaje “, con rompientes y costas batidas por espumas de anhelos. En “La luz es día” abre una plácida senda de perlinas aguas, que viaja hacia los confines, entre dos orillas oscuras; resume aquí la gracia luminosa y vivificadora que nos otorgan el imperio solar y el inconmensurable mar de la vida, donde está nuestro origen y en el que se baña y se solaza, con tintes de lejanía y de misterio, la paleta de D. Benéitez
















Diego Benéitez, en Moretart

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