Necesitamos de ese campo, ya no sólo para respirar mejor, sino también para reencontrarnos con nuestras propias raíces, familiarizado bajo la contemplativa del tesón constante y arranque permanente. Desde luego, la familia rural requiere, hoy más que nunca, recuperar su observancia en el mundo. No se puede caminar contra natura y la tierra nos reclama de las actividades humanas una mayor estética en la consideración, que no causen daños irreversibles a la naturaleza; sino que, por el contrario, sirvan nuestros cuidados, como la purificación de muchos cauces que han estado contaminados durante mucho tiempo, o la recuperación de bosques autóctonos, para la mejora del ambiente. Quizás, entre todos, tengamos que mirar este mundo con ojos más sabios. Para empezar, es una lástima que todos los indicadores de género y desarrollo muestren que las campesinas se hallen en peores condiciones que los hombres del campo y que las mujeres urbanas. Luego están los sistemas educativos que no enseñan a contemplar una mirada distintacon una visión ecológica integradora, que avive un estilo de vida diferente, capaz de encontrar en su lecho natural una visión más respetuosa con la creación y la agricultura.
No hay mejor sensibilidad que ver cómo la genialidad humana, tan necesaria en todas las expresiones de la vida social, reconsidera sus desórdenes bajo un prisma de paralelismo en los quehaceres diversos, aportando un nuevo renacer como linaje, mediante una actividad laboral fundada en el sentir responsable y en la solidaridad moral. Sin duda, todos estamos llamados a actuar superando nuestros intereses mezquinos, que nos llevan a un pozo sin salida alguna; puesto que el mismo llamamiento en pro de una globalización justa y la necesidad de que el crecimiento se traduzca en erradicación de la indigencia, en particular de las mujeres rurales, debe de hacernos meditar sobre otras políticas más sensatas, que confluyan en poéticas que nos eternicen y enternezcan como especie que custodia ese verso interminable en favor de un mundo que precisa la puesta en marcha de una orientación verdaderamente desinteresada, que no constituya nuevas formas de dominio, sino de servicio a toda persona para vivir unidos, preocupándose los unos de los otros, así como del entorno en el que nos movemos.
Confiemos en que todos nos podamos realizar como ciudadanos de un orbe natural, a través de nuestra fuerza laboral del trabajo como deber y derecho, respaldado por las normas internacionales, el diálogo social y el reconocimiento de que tanto las mujeres rurales como los hombres desempeñan un papel fundamental para poder salir airosos, tanto del gemido de la tierra como del lamento de los desamparados. El regreso a ese mundo campestre abandonado puede hacernos un gran bien a todos; ya que no hay mayor miseria que andar perdidos y sin rumbo. Que nuestros mundanos combates tampoco nos resten el gozo de la esperanza, con el buen hacer y mejor obrar