Pedro Sánchez IV

He dejado, antes de lanzarme a escribir este comentario, pasar tres días desde el final del congreso del PSOE, analizando las reacciones a un cónclave que va a tener una trascendencia bastante mayor de lo que muchos creen: marca un antes y un después en el partido gobernante. Lo que ocurre es que el pasado lo conocemos, y lo que vaya a venir no es aún sino objeto de especulación. ¿Podemos saber lo que planea hacer el cuarto Pedro Sánchez --los otros tres, el defenestrado, el candidato a recuperar el liderazgo y el ganador de la moción de censura están ya superados-- en su galopada hacia mantenerse en el poder? Algo sí podemos intuir. O, al menos, desear.


A riesgo de que la cerrada oposición a Sánchez, la política y la mediática, me hagan blanco de sus iras, diré, de entrada, que este IV es, hasta ahora, el mejor de los ‘sáncheces’ conocidos: ha transitado con más claros que oscuros por la pandemia, nos ha acostumbrado a sus presencias casi simultáneas en los lugares más dispares y hasta insospechados y hace que, en suma se nos presente muy difícil seguirle. Quizá nos abruma con su hiperactividad, no sé si del todo siempre bien meditada.


Pero, diga lo que diga algún portavoz del PP --no todos en el partido de Casado piensan lo mismo--, lo cierto es que el presidente del Gobierno ha triunfado, en su 40 congreso, como secretario general del PSOE, aquel partido que un día, hace cinco años, le expulsó del paraíso de Ferraz. Y, digan lo que digan también ciertos colegas, imbuidos de una santa indignación que con frecuencia no corresponde, Sánchez está propiciando también algunos --algunos: otros son más discutibles-- cambios de interés en cuanto que primer ministro.


Otra cosa es que ahora el presidente y aspirante a lo mismo a partir de 2023 se atreva a completar el camino y comience a pensar en algo más que en seguir en el despacho de La Moncloa: tiene que resolver el conflicto con los jueces --y para ello ha de acercarse al PP, le guste o no, que es que no--; ha de propiciar de manera tangible ese proyecto, alumbrado con el encargo a ‘superfélix’ Bolaños, de asomarse a la reforma de la Constitución, y ahí sigue necesitando al PP; tendrá que concretar qué hacer con la Mesa de negociación con el Govern catalán, y sospecho que cometería un fraude de lesa democracia si no consultase tan delicada cuestión con el PP, como ahora sabemos que hizo Zapatero con Rajoy en lo tocante a la negociación con ETA.


Si todo esto lo hiciere, y si las cosas no salen demasiado mal en política exterior --sospecho que el ministro de la cosa, Albares, es, por fin, alguien solvente--, resultará que Pedro IV nos hará olvidar a los otros tres ‘pedrosáncheces’, alguno de los cuales era de pesadilla, y se habrá subido al autobús que llevaría a considerarle algo parecido a un estadista, cosa que, hoy por hoy, no es: ahí está una nueva sesión de control parlamentario al Gobierno, la de este miércoles, para mostrar que las ideas elevadas siguen ancladas a tierra. Para ser estadista le falta, ya digo, mucho. 

Comenzando por escuchar a la calle y no solamente a sí mismo y al silencio de esos corderos que, lo vimos en el mentado 40 congreso del PSOE, le rodean.

Pedro Sánchez IV

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