Las teles son cada vez más un territorio “okupado” y exclusivo de políticos en berrea que acaparan y deciden, día y noche, noticiario a noticiario, junto a sus escribanos y voceros, que es aquello que debe interesarnos y nos advierten de cómo y qué debemos opinar sobre ello.
Se añade al desfile la cada vez más numerosa bandada de grajos carroñeros especializados en el consumo y exhibición de casquerías intimas tanto propias como ajenas y se salpimienta todo con una selecta colección de mamarrachos, que se nos presentan como espejos sociales a imitar y ya está casi completa la escaleta. Por eso, ¡que cosas!, y con mis disculpas para las gentes que sufren la erupción en sus casas, tierras, bienes y vidas, la erupción del volcán de la Palma ha sido a este respecto un alivio.
Las sobrecogedoras imágenes han copado por un tiempo las pantallas y la escena, imponente, me ha dejado como a tantos fascinado ante ella y me han hecho mantener, contra costumbre, la tele encendida. Dicen, también, que lo es aún más acompañada del tenebroso rugido del volcán. Pero eso no se oía y he preferido silenciar el sonido no vaya a colarse una arriesgada reportera preguntando “como se apaga” o no vaya a salir alguna actriz intelectualizada, comprometida y redificada poniendo en marcha una recogida de firmas exigiendo poner la extinción en marcha.
Fuera de bromas, y de nuevo pidiendo perdón a quienes lo sufren en sus carnes y haciendas, el dantesco espectáculo nos abduce y absorbe de tal forma que resulta imposible al contemplarlo apartar luego de él nuestra vista. Y reconozco, también cuchufletas a un lado, que he sentido una fuerte punzada de envidia de quienes están allí al pie del volcán, viviéndolo para contárnoslo. Que lo están haciendo, también hay que decirlo, muy bien y con la emoción y profesionalidad que requiere la noticia. Que esta, por fin una vez lo es de veras, es histórica. Un volcán no entra en erupción todos los días en España. De hecho hacía medio siglo que no lo hacía. El anterior, por cierto, el Teneguia lo hizo allí mismito.
Pero la tregua que el volcán , aún sin nombre ( sugiero el de “Cabeza de Vaca” pues así se llama la zona en la que ha desatado su furia y no hay personaje histórico que más admire y de hecho he novelado) nos ha otorgado en cuanto a la algarabía cotidiana se agradece. Aunque no durará nada. De hecho no ha durado. Y no lo digo porque Sánchez se haya ido de inmediato a la isla suspendiendo su viaje a EE.UU, que esta vez ha hecho lo debido.
Otra cosa es que empecemos con las fotos de próceres ante el volcán que ya me estoy temiendo. Como ya tenemos encima que no han tardado ni un minuto en ponerse a hacer declaraciones y contradeclaraciones sobre el asunto. Cállense, ¡leche!. Ante algo así solo cabe poner a las gentes a salvo. Empéñense los que tengan responsabilidad en ello en hacerlo, como parece que están empeñándose y déjense los otros y por todos los lados de monsergas. Tiempo habrá en nada, esperemos, de ver como restañar los daños y a ofrecer compensación a las gentes que hayan perdido viviendas, cultivos y en muchos casos las ilusiones sudadas de toda una vida.
Pero ahora, cállense por favor. Por un instante, por un rato, por un día, déjennos contemplar ensimismados rugir a la Madre Tierra y contemplar la fuerza telúrica de la Naturaleza, que aunque nos atemorice nos fascina. Somos los descendiente del aquel pequeño homo hábilis que vivía allá por Olduvai cuando hace 2,5 millones de años le reventó por encima el Gorongoro. Déjenos mirar en silencio. Su jeringonza ya la soportamos todo el año.