Mucho se habla del precio de la luz, y mucho, y no en términos muy corteses, de la parentela de cuantos lo tienen situado en estos niveles monstruosos y antisociales, pero no tanto se habla de su valor, cuando es en su valor donde debiera buscarse la solución al sindiós de su actual precio: el valor de la luz, de la electricidad, es un valor democrático, irrenunciablemente democrático, y si este no se compagina con su precio, que ha de ser asequible para todos, la democracia no es que brille por su ausencia, sino que, a causa de la puñalada trapera de la actual factura de la luz, directamente se apaga.
Diríase que cuando más se necesita la electricidad, así en los hospitales atestados como en las cámaras de conservación de los alimentos en este tórrido verano, en los equipos domésticos de respiración de los enfermos de enfisema o en los hogares donde todo, la higiene, la cocina, el entretenimiento, la climatización, va enchufado a la red, se toma este atraco de las eléctricas, si no como la cosa más natural del mundo, sí como algo perfectamente inevitable, empezando por el único que podría evitarlo, el Gobierno de la nación.
Es cierto que dentro de ese Gobierno de coalición, una de las partes ha presentado un plan de contención del precio de la luz que la otra parte dice que estudiará, pero por decir algo, pues no parece muy dispuesta a coger el toro por los cuernos, ora por desidia, ora por apocamiento ante el formidable poder de las eléctricas, pero más cierto aún es que cada día el brutal sablazo bate su récord histórico, sin que desde el poder político se ataje la sangría que provoca en las familias, en las empresas y, en suma, en la maltrecha economía del país.
Quienes justifican la desquiciada tarifa eléctrica arguyen que en Francia o en Alemania la cosa del megavatio/hora está igual. Pero no, la cosa no está igual: en Francia o en Alemania la gente percibe salarios muy superiores a los nuestros, por no hablar de las ayudas sociales que, al contrario que aquí, sí funcionan. En todo caso, muy pobre razonamiento es el que justifica un precio desorbitado porque en otros sitios también lo hay.
Existe un instrumento político, que el gobierno al parecer ignora, que podría restituir el valor de la luz, el valor democrático, y elevarlo sobre el precio que se inventan las compañías para ganar más y más a costa de los españoles: el precio político. Aquél que desde el gobierno puede establecerse en beneficio de la comunidad, neutralizando el ansia subastera y la codicia del lobby. Lea Sánchez a Machado, y entérese de cómo califica al que confunde valor y precio.