Igual a los que están acostumbrados a ver ciertos deportes –ejem, el fútbol– les sorprende eso del famoso espíritu olímpico que hace que los rivales sean compañeros. A lo mejor porque saben lo que es compartir un sueño. Ayer se vivió uno de esos momentos de hermandad en la final de salto de altura, cuando los representantes de Catar e Italia decidieron que mejor que un desempate para luchar por el oro era mejor fundirse en un abrazo y compartirlo. Doble motivo para que el italiano durante un buen rato no dejase de derrochar alegría.