Es un cierto consuelo saber que el indulto a los presos del procés está condicionado a que no vuelvan a delinquir. El Gobierno se ha sacado un as de la manga que todavía tiene que demostrar su eficacia. Y lo tiene que hacer porque, a estas alturas, hemos visto cómo Sánchez ha cedido en todo lo que han solicitado los golpistas. Por lo tanto, está por ver si, en el caso de que se produzca un nuevo intento de independencia unilateral, el presidente se atrevería a utilizar ese comodín que devolvería a los secesionistas de nuevo a prisión. Pero más allá de esa posibilidad hay dos detalles que marcan lo absurdo de la situación. El primero es que los indultados reciben la noticia cuando están disfrutando de permisos por las fiestas de San Juan (sería bueno saber cuántos presos condenados a veinte años de cárcel tienen permisos tras haber pasado apenas cuatro años recluidos) y, el segundo (y tal vez el que ahora mismo es el crucial), ¿qué pasará con Puigdemont? El expresidente fugado es posible que sea indultado antes incluso de ser juzgado. Resulta que la figura existe y, ahora mismo, pese a que el entorno del Gobierno guarda silencio absoluto, son muchos los que creen que no pisará la cárcel.