Si alguien no ha visto las imágenes del accidente del piloto de Moto3 que falleció en el Gran Premio de Italia es porque no ha encendido la televisión ni se ha acercado a las redes sociales. Y ese mal trago innecesario que se ahorra. Especialmente, cuando los realizadores de turno deciden recrearse en los detalles del accidente una y otra vez. Y vuelve el debate de si hay que darle al público lo que quiere –ese público igual tenía que hacérselo mirar, por cierto– y de dónde está la fina línea entre la información y el morbo. Puede que una norma válida sea pensar que lo que no aporta nada más que horror, sobra.