LA cría de porco celta, que, aunque parezca mentira, no es el grito de guerra de los Riazor Blues sino una raza porcina autóctona, ya no es un juego. Los granjeros se lo toman en serio y los cochos prácticamente incorporan tecnología punta desde el momento en el que salen de fábrica. Cada año nacen no país alrededor de 3.000 lechones a los que se implantará un microchip que sustituirá al viejo piercing –crotal en la fala de los veterinarios– y que permitirá hacer un seguimiento perfecto del animal. Si el silicio no estropea la carne y el jamón sigue sabiendo a jamón y no a mortadela va a ser una maravilla. FOTO: un porco celta hoza en el campo | aec