Lo de las puertas giratorias en política nunca me gusta. Es una compensación, un método de aplicación bastante frecuente con el que se busca una salida para la persona que ha dejado un cargo o lo han apartado de él a través de las urnas. Y suele ser una salida económica puesto que según una encuesta reciente casi las tres cuartas partes de los políticos ejercientes carecían de puesto de trabajo estable antes de ocupar una lista electoral.
De todos dodos hoy no me voy a referir a estas puertas giratorias, sino a las normales. Creo que es de mala educación dejarlas abiertas cuando se han utilizado. De ahí que reclame a los que las atraviesan, siempre para fuera, que cuando lo hagan cojan el pomo con su mano y la cierren. En verdad que no es nada complicado.
Dos políticos de fuerzas muy dispares están a punto de atravesar el dintel de la puerta para salir del siempre deseado mundo de la gestión en nombre de los ciudadanos y disfrutar de las tremendas prebendas que otorga desempeñar un cargo de elección o de designación digital. Uno lo hace por decisión propia y el otro por no haber sido votado según lo previsto. De estos dos me voy a referir a uno de manera principal, Pablo Iglesias al que las urnas le han dado un tremendo varapalo pese a haber sido uno de los vicepresidentes del Gobierno y disponer de un gran poder que realmente no supo administrar. Al señor Iglesias, según dijo con incipientes lágrimas en los ojos, va a ser un ciudadano más de los de a pie, por lo que le pido que cierre la puerta cuando salga. No le reclamo nada que él no haya demandado a algún parlamentario cuando ostentaba todo su poder en los debates en la Cámara. Esperemos que a su compañero de coalición de Gobierno y secretario general socialista no se le ocurra la descabellada idea de utilizar una de las puertas giratorias para seguir contando con él, sobre todo en aquellas tareas de negociar con los separatistas e independentistas. Sería un gran error y los errores en política, señor Sánchez, se pagan en las urnas.