En los últimos días, la hija de la más grande y de Pedro Carrasco, ha saltado a la palestra televisiva para dar su versión-tras un cuarto de siglo de silencio-, sobre su tormentosa separación de un ex guardia civil aficionado a la farándula al que nadie conocería de no haberse casado con ella.
Veinticinco largos años que supuestamente su contrario ha sabido aprovechar mediáticamente para ganar dinero a costa de exhibir a sus dos hijos en común, exagerar sus actuaciones como buen padre y desacreditar a Rocío como progenitora cada vez que se le daba la oportunidad de ponerle delante un micrófono. Mientras, ella guardaba un enigmático silencio que hacía desconfiar al gran público sobre su capacidad para ser una buena madre. Y es que ya se sabe que en este país somos tendentes a juzgar por las apariencias, a ponernos del lado de aquel que nos parece más débil, así como a creernos la primera versión que nos llega, sin esperar a escuchar la de la otra parte.
No estoy aquí para juzgar si Rocío actúa tarde o si yo lo hubiese hecho de otra manera en sus mismas circunstancias, pero según el testimonio demoledor de una mujer a la que me creo cien por cien, su ex marido fue tejiendo poco a poco una tela de araña de dependencia emocional en torno a ella, así como alejándola de sus hijos y buscando apoyos en el entorno de su víctima.
Como todo maltratador, lo fue haciendo sibilinamente por medio de insultos, descalificativos y culpabilidades hacia la otra parte. Después vendrían los perdones salpicados con algún que otro golpe y la necesidad de ella de auto engañarse para no reconocer, tal y como le habían augurado sus progenitores, que se había equivocado. Pero Rocío se marchó un día y el guardia se enfureció porque, aparentemente, perdía de ese modo el control de la gallina de los huevos de oro. Así que, en venganza, decidió machacarla utilizando para ello a los por aquel entonces infantes que tenían en común.
Por eso, esta mujer rota decidió dar un paso hacia delante y abrirse en canal mostrando unos informes médicos demoledores que el paso de este hombre dejó en sus entrañas, así como reconociendo públicamente que se quiso quitar la vida por no poder soportar la presión que ese manipulador mediático continúa ejerciendo sobre ella y sobre unos hijos que parecen no quererla.
La voz de la hija de la Jurado es la de un sinfín de mujeres maltratadas que viven o han vivido con el lobo feroz hasta que no han podido más. Es la voz de una mujer valiente que ha enseñado todas sus cartas y que, presa de la resignación, siente que ya no tiene nada que esperar y solo pide vivir sin que se sigan metiendo con ella, como a diario hacen demasiados integrantes del sexo masculino con sus parejas.
Y es que, nos guste o no, las mujeres somos físicamente más débiles que los hombres y menos tendentes a la violencia. Por eso debe haber leyes explícitas que nos protejan de posibles desaprensivos y que nos den alas para poder denunciar.
Solamente haciéndolo podremos acabar de una vez por todas con esta lacra silenciosa, silenciada por algunos y, desgraciadamente, también por algunas que opinan que ellas no precisan de ningún tipo de ayuda que las diferencie de los hombres… Claro que eso solo lo dirán mientras no les caiga la primera bofetada o la segunda humillación.