Antonio Machado decía que “es propio de hombres de cabezas medianas embestir contra todo aquello que nos les cabe en la cabeza”. Cuando la intolerancia se mezcla con la barbarie de la ignorancia, el cóctel es explosivo. Y ahí estamos, en esta sociedad confinada y confundida, de derechos limitados, practicando ese deporte que excluye a los que no piensan como uno y trata de censurar todo lo que a esos mismos no les parece políticamente correcto. En la España actual se da mucho en la cultura y en la política. Y si hay a la vista unas elecciones de lo que sea, se multiplica sin límite posible. No es patrimonio de la izquierda, porque en la derecha se practica generosamente, especialmente en la derecha nacionalista, pero como la izquierda es la que da los carnés de demócrata y de intelectual, la intransigencia suele ser acusada entre sus fieles.
Al escritor Javier Cercas, extremeño radicado en Cataluña desde los cuatro años, profesor en sus Universidades, Premio Planeta, entre otras muchas cosas, los nacionalistas catalanes le han montado un acoso brutal, casi un linchamiento, acusándole de “alentar una intervención del Ejército en Cataluña”.
Podría ser ignorancia, porque conociendo su trayectoria cualquier persona sabe que decir eso es una estupidez. Pero no, es intencionado. Entre otras cosas porque se produce a continuación de que interviniera en TV3, para hablar de su última novela, Independencia, y del estreno teatral de la adaptación de su libro Anatomía de un instante sobre el golpe del 23-F. Se le ocurrió decir, en esa cuna de la moderación y de la pluralidad, que “la verdad es que el golpe lo paró el Rey Juan Carlos. No hay ninguna duda” y se desató la tormenta. Cristina Casol, diputada de Junts per Catalunya se apresuró a preguntar “¿qué hace en TV3 un promotor del levantamiento militar contra Cataluña. Esto no es libertad de expresión, es una televisión pública que da al fascismo una posición de privilegio”. Así, con todas las palabras. Y poco más tarde, otra diputada de Junts, Aurora Madaula, a la que han propuesto para sustituir en la Mesa del Parlament al purgado Alonso Cuevillas que se atrevió a no apoyar otra ilegalidad, descalificó a Cercas y le acusó poco menos que de golpista. Fascista y golpista. Con todas las letras.
No pasa solo en Cataluña. En Madrid, con estas elecciones autonómicas que Sánchez y Casado se han tomado como unas generales, desde el “comunismo o libertad” hasta el vídeo-amenaza de Podemos contra los periodistas y la libertad de información, cabe todo. La portavoz adjunta del PSOE en el Ayuntamiento, Mar Espinar, escribe que Madrid está siendo gobernada “por un grupo de personas indeseables”. Luego se refiere a los “bien pagados miembros del sanedrín mediático”, de “los lobos empresariales” y de que quien vota a “esta derecha”, lo que no le parece legítimo, lo hace por “autodiagnosis alérgica a todo lo que huele a izquierda”, “sumisión devota a dogmas neoliberales” o “militancia en un individualismo frustrante o quejica”. Lo dice “la portavoz adjunta” del PSOE en el Ayuntamiento de Madrid.
Imagínense si bajamos el nivel. Al gran historiador José Álvarez Junco le han puesto en su boca estas palabras: “en 1939 digamos que no quedaba un solo juez que no fuera a misa. Esa judicatura pasó luego la Transición sin purga alguna y eso provoca que hoy sea un cuerpo del Estado en general tan atrasado y conservador”. ¿Se mantienen en la Judicatura, mayoritariamente joven y feminizada, los jueces del 39? ¿Y siguen yendo todos a misa? Yo no voy contra el derecho a la idiotez. Cada uno a lo suyo. Pero sí conviene decir que el insulto y la palabra también pueden ser violencia y que la libertad de expresión no puede encerrar, engañosamente, mentiras y ataques a la dignidad de nadie. Puede, pero no debe.