Las vacunas han salvado millones de vidas, ¿pero quién las salva a ellas?, siempre bajo sospecha de ser responsables de indeterminados efectos secundarios; lógico siendo ellas primarias en el orden del acaecer. El ser humano es injusto con las vacunas, tanto que cabe que pronto tengamos que vacunarlas a ellas contra esa rabia que las debilita al extremo de ver como un día te vacunan y no te causan el menor daño; momento en el que afirmaremos, malvados, que no hacen efecto, que son placebo, cualquier cosa, porque la cuestión es cosificarlas al precio que sea. Y hablando de precio, qué culpa tienen ellas de ser vendidas a coste de oro, la culpa es de las farmacéuticas que no soportan conciencia en su cuenta de resultados. Es a ellas a quienes habría que vacunar de inmediato contra la ambición, porque son ellas las que están enfermas, pero esa enfermedad no mata a los que la padecen sino a quienes los padecen. Y cuando lo hacen, ponen a la infantería científica a amaestrar virus y bacterias, y no tardan en lanzar una vacuna con la que sanarnos a un precio astronómico y los pobres seres que las hemos de comprar para vivir, nos vemos en la necesidad de tener que trabajar hasta morir para poder pagar esa vacuna que nos permita vivir. Así es como volvemos a enfermar y las farmacéuticas a crear otra vacuna con la que salvarnos de esa muerte al módico precio de nuestras vidas y, para conjurar esa maldad, vacuna, vuelta a vacunar.