Nunca es tarde para renacerse y reconfortarse con la vida. Cada uno de nosotros tiene su propio martirio, pero lo importante es no quedarse paralizado o encerarse en el sufrimiento, para poder cambiar esta triste realidad que nos amortaja por dentro. Nadie puede permanecer en el desconsuelo. La humanidad, trabajando hermanada, es la que nutre entusiasmo para que florezca la esperanza. Lo estamos viviendo con la pandemia del COVID-19, que aparte de ser una emergencia sanitaria mundial, es también una crisis económica, humanitaria, de seguridad y de derechos humanos. Precisamente, esta situación que nos sofoca a toda la especie, lo que ha puesto de manifiesto es nuestra propia fragilidad y la falta de amor entre sus moradores. Sólo hay que ver las tremendas desigualdades entre pueblos y dentro de ellos. Nos falta pasión en la entrega y espíritu solidario, mientras nos sobra endiosamiento y desprecio por el análogo que camina a nuestro lado. Abramos los ojos del corazón. Seamos compasivos. Al fin y al cabo, son estos pequeños gestos los que nos enternecen a una vida nueva, los que nos reconducen hacia el bien colectivo y nos hacen salir de este sepulcro existencial, que para tribulación nuestra nos hemos labrado entre sí.
Olvidamos que la vida, por si misma, es ilusión permanente. A pesar del abatimiento que podamos albergar, sentiremos el deseo innato de levantar el espíritu y ponernos a caminar. No trunquemos los días, que han de ser una esperanza naciente e inédita a conquistar, en medio de los miedos que nos amparen. Necesitamos aires y no desaires, pan y no piedras, entendernos y no retenernos en abecedarios que nos cortan las alas de vivir. Serenemos los gritos de muerte. Que finalicen las guerras. Póngase de moda el desarme en el mundo. Aseguraremos el futuro de todos, sin dejar a nadie atrás. Indudablemente, también requerimos de otros ánimos más auténticos para llenar las manos vacías del que carece de lo mínimo vital. En cualquier caso, jamás se puede crear resistencia a futuras crisis, sobre todo al cambio climático, con miradas de indiferencia. Desterremos del alma la apatía. Hay que implicarse como linaje, activar los vínculos que nos unen, dar una respuesta sanitaria a gran escala, coordinada e integral, para aminorar epidemias. Todo nos afecta a todos, nos lo vino a recordar el COVID-19. Por eso, se demanda que el anhelo de una sociedad afectuosa se haga modo de vida. Desterremos el dominio sobre los demás. Busquemos vivir en armonía a través de un proyecto conjunto. Las expresiones excluyentes nos deshumanizan por completo y vuelven a avergonzarnos, al contradecir nuestra propia razón de ser, la del amor de amar amor.
En efecto, somos hijos del querer. Cultivemos el verbo y hagámoslo verso, para todos los tiempos y edades. Querer es poder. Si no logramos rescatar la pasión compartida, como sociedad de nexos, todo quedará a merced de una estilo vacío de vida consumista, verdaderamente destructiva y esto será peor que una plaga. Por tanto, hemos de empeñarnos en el cambio.