Medias verdades

Decía Whitehead que no hay verdades completas, sino medias verdades. El concepto se puede aplicar a muchas de las afirmaciones que circulan sobre la cuestión catalana. Aunque lo que está ocurriendo allí era un “guión” anunciado desde hace tiempo.    
Sin duda, España se encuentra ante un problema territorial serio, el más serio desde los tiempos de la II República. Esperemos que predomine el sentido común, el buen juicio. Si la independencia de Cataluña llegara a ser una realidad, produciría tal efecto –de características tectónicas– en el resto de las autonomías que empezaría un proceso secesionista irreversible en todo el Estado. Sería el principio del fin de la nación española. La dinámica sería parecida a los procesos autonómicos que tuvieron lugar en su día. Aunque esta vez serían para crear Estados independientes. 
La estrategia que lleva el Gobierno –y también el PSOE– para frenar la deriva independentista catalana no es de las mejores. Solicitar la intervención de ciertos líderes extranjeros para asustar a los votantes rupturistas no es atinado, ni tampoco inteligente. Además, son actos declarativos puntuales, únicamente para salvar a un socio. Porque no nos engañemos, si Cataluña lograra la independencia no estaría mucho tiempo fuera de la UE, de ello son conscientes los independentistas. Pero también lo saben –aunque no lo digan– el resto de los políticos. Decir lo contrario es no tener idea de los procesos históricos, de cómo se forman, desarrollan o desaparecen los Estados. La UE –más temprano que tarde– invocaría la política de “hechos consumados”. Eso quiere decir que llegado el momento buscaría un marco jurídico apropiado –o lo crearía si fuera necesario–para integrar al nuevo Estado. No hay que olvidar que la política es el arte de lo imposible.
Por otro lado, la tesis del PSOE, de modificar la Constitución para facilitar el “encaje” de Cataluña en España, es un guirigay, un galimatías sin sentido. ¿Qué tipo de cambios se pueden hacer con alguien que, de todas maneras, quiere abandonar España? Sería bueno que lo explicaran los socialistas, últimamente parece que la coherencia no abunda en sus filas. La única modificación que podría hacerse en la Constitución  –y para eso no hace falta ser catedrático de derecho constitucional– sería la de allanarles jurídicamente el camino a los soberanistas. Así, Cataluña podría marcharse sin romper la legalidad.  
En todo este asunto existe demasiada confusión. Se utiliza la demagogia, la mentira –y algunas medias verdades– para apuntalar ciertas ideas o sentimientos. Así como el mensaje de “España nos roba”, instalado en la sociedad catalana por los soberanistas, no deja de ser un engaño, una argucia, una gran falacia, también lo son ciertas afirmaciones que se hacen acerca de las desgracias que caerían sobre Cataluña si llegara a independizarse. Sin duda, para los catalanes, y en general para los residentes en Cataluña, no sería un camino de rosas. En principio lo pasarían mal, muy mal. La economía catalana se resentiría tanto, que el nuevo Estado entraría –casi con toda seguridad– en suspensión de pagos. Se marcharían empresas, aunque no tantas como declaran o dicen. 
Ciertamente, el precio de la independencia –hablando en términos económicos– tendría más costes que beneficios para Cataluña. Los catalanes tendrían que pagar un alto precio. Aunque eso no parece asustarles a los partidos independentistas, para ellos una Cataluña independiente es más importante que el precio a pagar. De hecho, sus votantes están tan convencidos que no habrá filípicas ni argumentos que les haga cambiar de opinión. 
De todos modos, independientemente de lo que pueda ocurrir en las elecciones del domingo, se ha producido una gran fractura en la sociedad catalana. Los políticos en general, y los nacionalistas en particular, llevaron a Cataluña a un impasse, han creado una profunda herida en la sociedad catalana. Demasiado profunda. Por lo tanto, cualquier cura –incluso la que pueda parecer menos mala o dolorosa– será de difícil cicatrización. 

Medias verdades

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