Alguna vez, no hace tanto, hube de referirme, por imperativo moral de variada consideración, a la puesta en escena política de Carmen Calvo, ministra de cuyo cargo me cuesta dar cuenta con rigor de concepto, y sobre cuyas prendas intelectivas, intelectuales y culturales, y sobre todo el arraigo de su acervo ético y su consideración discursiva del suceso histórico de la España más reciente, muy difícilmente encuentra parangón comparativo en sus decires domésticos más cotidianos, en sus afirmaciones más simples y arrabaleras, más ofuscadas, en sus ocurrencias gramaticales, en la expresión de sus rencores interruptus de manual, todo una apoteosis, y también, desde luego, en sus silencios enrabietados, en los que con frecuencia se juega el repliegue de sus labios con contracciones que sujeta su dentadura con alguna dificultad y mucho retorcido resentimiento de iras apenas contenidas.
Cierto, por recurrir al salvífico tópico de las afinidades y los dichos sentenciosos, que la cara es el espejo del alma, a no dudarlo, y además, como nos dejó dicho Cocteau, a partir de cierta edad todos somos responsables de la nuestra. Y porque no habría de ser menos Carmen Calvo, ya madura de sazón bien cumplida y talluda de brega y calendas, que me extraña a mí sobremanera, pero mucho, que no se refiera nadie a cuanto de muy obvio denota la cara de esta mujer en un muy superficial reconocimiento psicológico. Y por qué y cómo deviene, en conclusión, cuanto dice y representa.
En todo caso, viene ella de la experiencia gestora, casi siempre, en los ámbitos de la cultura, y la importancia de su rango académico, acaso, podría mover a reflexionar sobre qué ocurrió con la Universidad en los últimos cuarenta años, pero fue investida vicepresidenta del gobierno por su presidente, claro que, también es verdad, resulta muy revelador de hasta dónde se degradó la función de ejercer tan altas responsabilidades. Y es que no haría falta moverse de su Cabra natal, pero ni un ápice, que a ver cómo puede honrar su cargo Carmen Calvo con la ilustre memoria de todo un Juan Valera, o incluso, vamos a darle munición a los tontos, con aquel ministro, José Solís Ruíz, al que llamaban “la sonrisa del régimen”, que sirvió varias veces con Franco, y aún formó parte del primer gobierno de Juan Carlos I.
Pues bien, aseguraba Carmen Calvo, hace pocos días, que era “un clamor mayoritario de la sociedad” la búsqueda de una salida política para la crisis catalana, o sea, patrocinaba con descaro la voluntad del petimetre Sánchez en su acuerdo vil y vergonzante con el farsante Torra. Y es ahora, pero ahora mismo, que ante la perspectiva de que este próximo domingo la manifestación convocada en Madrid reviente las calles con el hartazgo de la gente, pero con un mayúsculo hartazgo, de nuevo sale la vicepresidenta de la cosa, con su cara, otra pero la misma, para decirnos que Torra y su mariachi “no aceptan el marco que hemos propuesto”. Vamos, como quien pone un huevo. Y mañana puede poner otro, claro, faltaría más.
Y es que para eso está Carmen Calvo, para eso la tiene, para todas esas cochinadas, como a ella le gusta. Con toda la cara.