HAY cosas que, inevitablemente, suena a añejo. Así, ya son pocos los que hablan de la mili, la tuna o la carta de ajuste. Sin embargo, dentro de esas tradiciones que tendrían que estar ya superadas está también la de las novatadas. Y el problema es que parece que cada año resurgen con más fuerza. Esa especie de rito iniciático que, en realidad, solo sirve para revelar el sadismo de un gran número de jóvenes y que es defendido por unos cuantos indocumentados como un modo de romper el hielo entre los estudiantes que llegan y los que ya están, se nos está yendo de las manos. Como sucede con el botellón, lo que tendría que ser una broma amable se transforma en vandalismo de pura cepa sin que las autoridades, políticas y educativas, pongan coto a esta deleznable práctica.