El proceso de sedición y ruptura de la unidad de España que alienta el gobierno de la “Generalitat” de Cataluña se está acelerando. No son conjeturas.
Son hechos. Hemos conocido el texto de la denominada “ley de desconexión” elaborada en secreto y a espaldas del ordenamiento jurídico basado en la Constitución y el Estatuto de autonomía y, por si alguien tenía dudas acerca del rumbo que están tomando los acontecimientos, hemos podido escuchar a Carles Puigdemont, presidente de la comunidad autónoma catalana, proclamar en conferencia pública que con o sin la anuencia del Gobierno central tiene decido convocar un referéndum (acto que sería ilegal con arreglo a las diferentes sentencias que ha ido emitiendoel Tribunal Constitucional) en el que a los ciudadanos se les preguntará si quieren que Cataluña se independice de España.
Ya digo que todo ésta gavilla de iniciativas que puestas una al lado de la otra marcan una senda trazada para desembocar en una proclamación unilateral de independencia están sucediéndose a la vista de todos. Y, por mismo, ante los ojos del Gobierno que preside Mariano Rajoy. ¿Qué sabemos de los planes del Ejecutivo para salir al paso de la hoja de ruta de los separatistas? La verdad es que muy poco.
Algunas declaraciones del propio presidente, tibias declaraciones, recordando a quienes se sabe aquejados de sordera crónica que las leyes están para cumplirlas y que el ‘Parlament’ no puede derogar unilateralmente las leyes que nos rigen a todos porque aquellas cuestiones que afectan a la soberanía nacional han de ser consultadas al conjunto de los españoles. Y poco más y todo dicho como con desgana. Sin energía.
Es verdad que el Fiscal General del Estado tiene dicho que intervendrá así que las intenciones se transformen en hechos, pero tengo para mí que frente a un desafío como el que pone en riesgo nada menos que la integridad de España se echa de menos una voz capaz de poner las cosas en su sitio antes de que sea demasiado tarde y una mañana nos despertemos con la Plaza de Cataluña de Barcelona convertida en otra Maidán como la de Kiev en Ucrania.