La Unión Europea y sus países miembros son los mayores donantes mundiales de ayuda humanitaria. Concretamente la U.E., cada año, presta ayuda a más de 120 millones de personas. Por lo tanto resulta paradógico que algunos países, por libre, piensen en perseguir a los “inmigrantes en situación irregular” para expulsarlos de sus territorios. Incluso obligando a los propietarios de viviendas para que no las alquilen a personas que carezcan de papeles.
Con estas medidas, es evidente que no se va a solventar el problema de los miles de inmigrantes que quieren acceder a Europa en busca de una vida mejor para ellos y sus familias. Algunos son tratados peor que animales pero son personas que llegan de países en conflicto o que viven en la miseria económica y tienen derecho a buscarse la vida, como lo hicieron, en la década de los sesenta, muchos de nuestros paisanos gallegos y de otras comunidades.
Con la fuerza, el miedo y la represión nunca se llegará a terminar con la inmigración irregular. Habría que hacer gala de la tolerancia, la empatía y la humanidad, trabajando en dos frentes: uno, acogiendo un número importante de estas personas en los diferentes países de la Unión Europea y el otro frente sería tratar de que puedan vivir, con dignidad, en sus países de origen.
Para ello sería necesario invertir realmente y de manera eficaz, esos millones de euros en colaboración humanitaria, de una manera productiva. A través de proyectos de formación, empleo, comercialización de sus productos y que la Unión Europea entienda que tanto África como Asia tendrían que ser sus proveedores preferentes de esos productos. Sería una manera de asegurar que las personas se quedasen en sus países sin necesidad de jugarse la vida.
La inmigración nunca debería ser un problema. El problema es la insensibilidad y falta de humanidad de muchas personas, que viven en el primer mundo, y los gobiernos corruptos y dictaduras militares que hay en la mayoría de esos países.