Miedo a la calle

La concentración prevista para hoy en Madrid para “parar los pies” a Pedro Sánchez en su política negociadora con los golpistas catalanes ha surtido efecto antes incluso de haberse celebrado: el propio Gobierno ha dado por rotas las conversaciones. De momento, habrá que añadir. 

El miedo a la presión de la calle que se esperaba masiva ha sido el detonante y no las diferencias con la otra parte, como ha argumentado engañosamente la vicepresidenta Carmen Calvo. Se ha tratado  de un intento de desactivar la convocatoria y de presentarla a partir de ahora como innecesaria. Pero de arrepentimiento, nada de nada. 

No pocas veces me planteaba  estos días si Sánchez y su Gobierno eran realmente sinceros en las apelaciones al diálogo y en la pretensión de dar salida dentro de la ley al viejo contencioso catalán. Y es que tratándose como se trata de una cuestión política a resolver por vías políticas, se echaba de  menos que después de nueve meses de contactos no hubieran presentado un solo papel, una sola iniciativa sobre la reforma de la Constitución como paso previo a cualquier acuerdo que pudiera venir detrás. 

Porque lo que resultaba y resulta claro es que en el marco de la actual Carta Magna no cabe ni la más elemental reivindicación de los independentistas. Ni siquiera el retorno al Estatuto de 2006, es decir, a la versión anterior a la poda efectuada por el TC. Porque incluso para algo tan modesto como eso habría que modificar antes la Constitución. 

En buena lógica cabía concluir que lo que Sánchez y Moncloa en realidad venían buscando en su complicidad con el insaciable independentismo era otra cosa: no tanto dar solución al llamado encaje político de Cataluña en el resto de España, cuanto asegurar su continuidad en el Gobierno. Y así, como en un juego de naipes, iban entregando una carta tras otra según el discurrir parlamentario nacional lo precisaba.

La última –de momento– carta presentada fue la del célebre relator que tamaña polvareda política y mediática suscitó y la que ha terminado por sacar a la opinión pública a la calle. Pero no la más gravosa. Llovía sobre mojado. Esta última no fue más que consecuencia de la bilateralidad, de la igualdad entre las partes que el independentismo ha puesto siempre en primera línea de sus objetivos y que Pedro Sánchez asumió con la reunión y foto de Pedralbes días antes de las fiestas navideñas. 

El que tal pretensión hubiera vuelto a salir a la luz en los cuatro tremendos folios que Torra entregó a Sánchez en aquel xuntoiro prenavideño hizo inevitable su conexión política y mediática con la necesidad de votos que el Gobierno  precisaba para sacar adelante las cuentas públicas y mantener así el poder. La cuestión catalana seguía siendo pura cancha de juego, no un objetivo sincero.

Miedo a la calle

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