En un viaje a Jerusalén tuve ocasión de charlar con un joven soldado judío que protegía el “muro de las lamentaciones”. Aquel muchacho me habló cordialmente en español sefardí, recordándome que sus abuelos conservaban la llave de su casa de Toledo cuando injustamente habían sido expulsados de nuestra patria. Hoy, el rostro risueño, las gafas de aro, barba incipiente y expresión franca e irónica –salvo el sombrero negro– me lo ha vuelto a recordar el rabino Jonathan Sandler, asesinado junto a sus dos hijas y una tercera niña en la escuela Ozar Hatorah de Toulouse.
Los hijos del rey David han estado sometidos a procesos críticos donde se les prejuzga sin intentar comprenderlos
Desde siempre, pese a la distancia en aspectos que me separan, he sentido profunda admiración por el pueblo judío y los abundantes genios con que ha enriquecido al mundo. Algunos los acusan de crueldad, pero lo cierto es que desde nunca jamás los descendientes de Abraham han caminado sojuzgados por tiranías, padecido mil persecuciones y sufrido el holocausto nazi en su diáspora genética. Los hijos del rey David han estado sometidos a procesos críticos donde se les prejuzga sin intentar comprenderlos. Falta la equidad o justicia distributiva. Alguien, docto y respetable, explica su idiosincrasia desde el Salmo 27, 8-9: “Si, tu rostro, Señor, es lo que busco; / no me ocultes tu rostro, / no rechaces irritado a tu siervo”.
Mis amigos judíos son entrañables. Fustigados por mil vientos. Atravesados por las tempestades. Las circunstancias les han hecho pastores armados de hondas para vencer a los Goliat que pretenden exterminarlos. Pero en la amistad son cálidos, comprensivos, libres y amorosos… Sucede que por su credo sufren el temor “teofánico”, el temor que invade al hombre cuando se ve ante la presencia directa de Dios. Ejemplo: la obra “Un rabino habla con Jesús”, escrita por el erudito israelita Jacob Nausner, que asiste al Sermón de la Montaña y escucha las bienaventuranzas.