La ausencia del Rey del importante acto de entrega de despachos a los nuevos jueces, que se celebra este viernes en Barcelona, no solamente quiebra una tradición: significa también un nuevo paso atrás en la representatividad y funciones de la Jefatura del Estado. Creo que, de alguna manera, La Zarzuela debería haber hecho más explícito su disgusto por esta exclusión, al parecer decidida por el Gobierno, que, dice, “no quiere conflictos” en Cataluña “en estos momentos tan sensibles”. Pero conflicto derivado de este asunto, en todo caso, haberlo, haylo, concretamente entre el poder judicial y el Ejecutivo. Una muestra más de que, en este país nuestro, del Rey abajo, ninguno. Ninguno se salva de la quema.
Preparo una tesis sobre los quince motivos más importantes que me generan preocupación acerca del futuro del Estado, es decir, de España. El tema, que afecta desde a la Corona hasta a la separación de poderes, desde a la integridad territorial hasta a la virtual ruptura del Gobierno en dos voces y dos almas (y no, ya no es un juego de poli bueno-poli malo), daría para un grueso volumen, o quizá para una enciclopedia. Aquí solamente tengo espacio para apuntarlo: prácticamente no queda un solo sector, e incluyo a la coordinación autonómica, a los alcaldes o hasta a la guardia civil, que no haya sufrido un deterioro en los ocho meses y medio de este Gobierno.
Y conste que no quiero culpar solamente a este Ejecutivo (a ambos sectores, aunque a uno más que a otro) de tal deterioro: las estructuras políticas, administrativas, legales, morales e incluso económicas venían ya sufriendo un innegable ‘desgaste de materiales’ desde mucho antes de la pandemia. Lo que ocurre es que todos los problemas se han agravado, que la ruptura total con el pasado se está consumando, para lo bueno y para lo malo. Y que, más allá de los planteamientos excesivamente simples y toscamente ‘revolucionarios’ de los partidos más extremados, uno de los cuales, ay, forma parte de la coalición gubernamental, no se ven soluciones de recambio que cubran los huecos de lo que se ha ido dinamitando.
De ninguna manera quisiera que se me juzgase como catastrofista, pero no veo lejano un panorama casi de Estado fallido si seguimos en la actual inseguridad jurídica. Advierto, al tiempo, que tampoco es conveniente exagerar, como algunos hacen desde posiciones un tanto tópicas, acudiendo a ejemplos guerracivilistas. Pero cierto es que los errores desde el Gobierno son muchos. Y desde la oposición no son pocos: ¿a qué venía, por ejemplo, centrar las críticas al Ejecutivo, que mira que hay por donde criticar, en la ausencia de Pedro Sánchez de la sesión de control parlamentario porque viajó a Bruselas, espero que a mantener contactos importantes para la economía de nuestro país?
Me duele que muchos ministros del Gobierno, que me consta que son probos, capaces y sensatos, sigan defendiendo de puertas afuera la cohesión de una coalición que aún no ha cumplido el tiempo de un parto, ocho meses y medio llevan gestionando -digámoslo así_la cosa pública, y cada día nos provoca un nuevo sobresalto. Ayer, que si los indultos, quizá, a los presos sediciosos; este viernes, la ausencia de Felipe VI en Barcelona; mañana, quién sabe. Aquí, nada ni nadie se salva, ya digo, de la quema. Y los pirómanos, encantados de la vida. Y el virus puñetero, avanzando, imparable, en medio de este desmadre.