ada en la vida y en la sociedad ocurre por azar. La casualidad no es la regla del acontecer humano. Si no hay efecto sin causa, todo lo que sucede tiene una razón suficiente para suceder.
Resignarse o conformarse con observar lo que pasa es ser materia inerte o testigo y no protagonista de lo que sucede. Por esto se dice que hay dos clases de personas: las que hacen la historia y las que la padecen.
Ante esa realidad, nadie por activa o por pasiva puede sustraerse al paso del tiempo, pues éste es algo del que todos disponemos pero no todos aprovechamos.
No cabe duda que permanecer inactivo ante lo que pasa, demostrando desinterés o indiferencia, es en lo que consiste, esencialmente, el pasotismo, es decir, dedicarse a ver cómo pasa el tiempo.
Pensar que lo que pasa tiene que pasar es caer en el fatalismo y esta actitud es contraria al deseo innato de todo ser humano de querer cambiar la realidad y apostar por el progreso, como idea de mejorar avanzando.
Pensar que lo que pasa no se puede cambiar es condenar a la persona a su mayor inactividad.
No preocuparse por lo que pasa es darle la razón a Sófocles, cuando dice que “la más dulce vida consiste en no saber nada”. Frente a esta postura negativa e inhibicionista, Goethe afirma “qué insensato es el hombre que deja transcurrir el tiempo estérilmente”.
La dificultad de saber lo que pasa, para poder averiguar por qué pasa reside en lo que dice Marco Aurelio, cuando afirma que “todo lo que escuchamos es una opinión, no un hecho y todo lo que vemos es una perspectiva, no es la verdad”.
Peor que no saber lo que pasa es no querer saberlo. Esto nos impide poder decidir si lo que conocemos debemos aceptarlo, cambiarlo o rechazarlo.
La posición estoica de aceptar lo que pasa, sin reacción alguna por parte del ser humano para actuar respecto de lo que sucede, es reducir la vida humana a algo inútil, estéril y carente de iniciativa o respuesta y decisión propias.
Dejar que pase lo que pasa sin aceptarlo, rechazarlo o ponerle remedio, en su caso, es permanecer ajeno a la vida misma.
Pretender vivir sin preocupaciones, es decir, despreocupadamente es desconocer o ignorar que con esa actitud, la vida no se detiene y sigue desafiando al ser humano, obligándole a que reaccione activamente y no se deje llevar por el vértigo de los acontecimientos.
Por último, debe reconocerse que el ser humano no puede estar ni considerarse ajeno a lo que pasa y por qué pasa, pues con esa conducta cómoda y egoísta no elimina ni se libera de la responsabilidad que, como ser racional y social, contrae y le corresponde.