HIa sido muy curioso detectar interpretaciones tan contradictorias del discurso de Roger Torrent (ERC) como nuevo presidente del Parlament. Para unos amenazante y para otros conciliador. Buena señal. Decae la usualmente pesimista unanimidad sobre el futuro de Cataluña frente al obstinado empeño en el pulso al Estado. El solo hecho de que gran parte de las reacciones destaquen la mesura de Torrent ya es alentador. Saludemos sus llamamientos a la conciliación y el retorno a la normalidad.
No parece una puesta en escena poco creíble, tratándose de un dirigente conocido por su radicalidad. Si lo fuera, el líder de la CUP no habría tenido tanta prisa en criticarlo por “autonomista”, por ignorar el mandato del 1-O y por olvidarse de que se ha proclamado la república independiente de Cataluña. Es relevante esta reacción de la CUP, que fue una muleta del procés y anuncia que dejará de serlo si no se cumple el mandato de avanzar en la construcción de la república. Por supuesto, por la vía de la desobediencia y la unilateralidad. Como hasta ahora. Lo cual ha desembocado en la apertura de causas judiciales contra 18 de los 70 diputados independentistas, que inician la legislatura expuestos a la cárcel o la inhabilitación. De ellos, 3 encarcelados y 5 huidos de la Justicia.
Sin olvidar que la Generalitat está intervenida por el Gobierno en aplicación del artículo 155, cuya vigencia se prolongaría si ERC y PdeCat volvieran a encamarse con la CUP. No es el caso. Las señales apuntan a los “comunes” de Doménech y Colau como nuevos costaleros del independentismo. Al menos es garantía de que la unilateralidad y el desprecio a las leyes van a desaparecer de la hoja de ruta del independentismo. Por la cuenta que les trae a los encausados. Quieren recuperar el poder, pero sin tener encima el 155 y sin pasar por la cárcel. Doctrina compartida por Marta Pascal y Oriol Junqueras, aunque de momento son rehenes de las averiadas pretensiones de Puigdemont respecto a una investidura a distancia.
Es el punto de bloqueo en las quinielas frente a la pregunta de si Junqueras y Pascal están dispuestos a desafiar la legalidad vigente hasta el punto de forzar una nueva reacción del Estado. Mi apuesta es que no. Hasta las flores de las Ramblas saben que Junqueras no quiere a Puigdemont en la presidencia. Y Pascal, como un amplio sector de su partido, tampoco está por la labor de modificar el reglamento para que aquel pueda ser investido por plasma.