En el panorama político español se da la paradoja de que existe un partido político que gobierna e impone condiciones de gobierno, sin participar directamente en el ejecutivo correspondiente. Se trata de una excepción a la regla general de que todo partido político se crea y existe para gobernar o para acceder al poder; y no, como en este caso, comportarse como una especie de “gobierno en la sombra” o como el “gendarme de la pureza democrática” que vela y vigila a los responsables de la acción de gobierno para que cumplan o respeten determinadas reglas de juego.
No cabe duda que esa actitud es socialmente meritoria, pero, políticamente, tanto sus líderes y militantes como sus propios votantes o electores, tienen, en algún momento, que preguntarse cuál es la preferencia o prioridad política que deben apoyar o sostener; en una palabra, no se puede, permanentemente, “nadar y guardar la ropa”.
Esa que pudo ser la razón de su nacimiento y la explicación de su éxito inicial, no puede subsistir sin la elaboración de un programa completo y coherente de gobierno que, además de mantener los principios de la unidad de España, la lucha contra la corrupción, la igualdad de todos los españoles y la regeneración democrática, ofrezca, a todos los ciudadanos, con carácter competitivo y vocación de gobierno, una opción política, clara, concreta y definida, pues no basta presentarse como una especie de manos limpias del sistema para actuar como cinturón de castidad política, sin acción efectiva de gobierno.
Un partido político no es un foro académico que imparta lecciones de honestidad y de regeneración democrática. Es cauce de participación política en el gobierno de la nación y no puede quedar reducido a una mera referencia moral de buen gobierno.
Si, como se dice, hay que pasar “de las musas al teatro”, Ciudadanos, el partido de Albert Rivera, tiene que estructurarse y funcionar como un partido, con ubicación ideológica clara, propia y no circunstancial o acomodaticia, debiendo asumir o compartir los riesgos y las responsabilidades de gobierno que son el nervio y la savia de la acción política.
Compartir ideas de distintos partidos es virtud aristotélica pero, políticamente, los híbridos terminan siempre en testimoniales que engendran incertidumbre. Los partidos políticos no pueden servir de comodín para cualquier opción que exista en el mercado político. Deben acotar su espacio social e ideológico, para evitar el confusionismo. En política no hay más árbitro que el electorado. Erigirse un solo partido en árbitro de la competición política es pretender la aceptación unánime, en cada caso, de sus decisiones consideradas como las únicas y más acertadas.
En política hay que mojarse y no se puede estar “al sol que más calienta” y apoyar, en cada caso, a unos u otros en función de las tesis cambiantes que defiendan o de las expectativas que susciten, lo que desconcierta al propio electorado, que reclama fijeza doctrinal y certeza en sus propuestas y resoluciones.