Recordar es vivir

Según un proverbio celta “el recuerdo no envejece” y, como decían los clásicos “lo que permanece en el recuerdo, nunca muere”. Esto quiere decir que “recordar es vivir”, aunque no se pueda vivir sólo del recuerdo.
Si las personas careciesen de la facultad de recordar, la vida quedaría reducida a una mera sucesión de puntos suspensivos o a una yuxtaposición de etapas y momentos, sin relación ni conexión alguna. Se viviría sólo el “aquí y ahora”. Una vida sin proyecto, anclada en el presente, no tiene sentido y estaría condenada al vacío. Por eso la vida, más que un “hacer” es un “quehacer” y, desde esa perspectiva, no cabe vivir permanentemente en el presente y rehusar el futuro.
Si, por lo tanto, el recuerdo es un fuerte aliado de la vida; el olvido es un inseparable compañero de la muerte. Tan es así, que el olvido aflige, tanto al que piensa que le ha de seguir a su muerte, como al que no quiere que se olvide a quienes le precedieron en la misma.
Este sentimiento obedece al deseo innato de todo ser humano de sobrevivir, aunque sólo sea en el recuerdo. Así se explican los múltiples ejemplos de ofrendas funerarias que expresan el deseo de los vivos de no olvidar a los muertos y sí, por el contrario, mantenerlos vivos en su recuerdo y memoria. 
Lo que no se recuerda desaparece de nuestra consciencia y equivale a su no existencia. El olvido es peor que la ausencia, pues ésta puede existir sin aquél; en cambio, el olvido borra todo vestigio del pasado y de su existencia. La ausencia, además, presupone que la persona ausente existe y vive; por el contrario, el olvido, cuando es completo y no pasajero; es decir, cuando priva a las personas de su capacidad de recuerdo y memoria, anula todo lo pasado como si no existiera.
Como expresiones relativas al recuerdo pueden mencionarse, como más socorridas las de desear “muchos recuerdos” o “dar recuerdos”. 
Se vive recordando a los demás y se desea que los demás nos recuerden a nosotros. En definitiva, recordar es, esencialmente, “tener presente el pasado”. Por eso, “rememorar” es traer a la memoria algo que en ella se conserva y “conmemorar” es rememorar con los demás cualquier acontecimiento histórico digno de recuerdo y celebración.
Por último, en la mitología romana existía el Leteo o río del olvido, que se creía tenía la propiedad de borrar la memoria de quienes lo cruzaban. Precisamente, en el año 138 a.c. el general romano Décimo Junio Bruto intentó deshacer el mito, que dificultaba sus campañas militares en tierras de Galicia. Se dice que cruzó el río Limia, cerca de Ginzo de Limia, en Galicia y llamó a sus soldados desde el otro lado, uno a uno por su nombre y que éstos asombrados de que su General recordara sus nombres, cruzaron también dicho río sin temor alguno, acabando así con su fama de peligroso. La importancia del recuerdo se demuestra con la historia que es, precisamente, la memoria de la humanidad.

Recordar es vivir

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