Vivimos tiempos complicados. La crisis se ha convertido en una compañera persistente, como ese invitado que no sabe bien cuándo debe irse alargando su estancia mucho más allá de lo deseado por sus anfitriones. Y en medio de este escenario los casos de corrupción que se destapan hace que se aumente más aun un sentimiento de desconfianza en la clase política, metiendo a todos en el mismo saco en un ejercicio de generalización a los que tan acostumbrados estamos los españoles y de los que no nos cansamos. Porque todos los funcionarios son unos vagos, los parados unos vagos, los empresarios unos ladrones y por supuesto los políticos unos corruptos. El PSOE ha decido en este escenario tirar por el camino más fácil. Ante la opinión generalizada de que los políticos son todos unos corruptos, ellos deciden echar más madera al fuego. Su gran idea para luchar contra la corrupción en las contrataciones públicas es la de alejar de ellas a los cargos políticos. Una propuesta populista, de las que se hacen de cara a la galería, una de esas promesas que son fáciles de hacer cuando uno está en la oposición y que no ataca ni de lejos la raíz del problema. Porque presuponer que la corrupción anida única y exclusivamente entre la clase política es cuanto menos una idea que no resiste un mínimo análisis. Apartando a todos los políticos de las mesas de contratación públicas propiciaríamos que estas quedaran en manos única y exclusivamente de los funcionarios y los técnicos. Y como antes hablaba de lo malas que son las generalizaciones, permítanme dudar ahora de que todos los funcionarios sean incorruptibles. Por supuesto que el sistema actual no es perfecto, pero tampoco es tan malo como nos lo quieren vender. En Galicia existen 4.100 cargos públicos y sólo el 2% está inmerso en algún tipo de investigación judicial, así que pretender hablar de una corrupción generalizada de la clase política me parece cuanto menos algo exagerado. Por supuesto que lo deseable sería que no hubiera ninguno pero en la naturaleza del propio hombre está la imperfección como una de las únicas verdades de las que nunca podremos dudar. Winston Churchill decía de la democracia que era el menos malo de los sistemas políticos, y parafraseando al gran estadista británico podríamos decir que el sistema actual de contratación pública también es el menos malo de los posibles.