QUEDA PROHIBIDO MORIRSE

Mira que me dijiste veces que te tratara de tú, pero ¿cómo hacerlo...? Siempre he entendido la amistad como la relación de afecto que se establece entre dos iguales de espíritu, con independencia del status, clase o edad, diferencias en muchos casos dictadas por esta sociedad tan materialista en la que vivimos. D. Vicente Nieto García para mí siempre será D. Vicente, porque aparte de la amistad sentía admiración (casi veneración) por él… Su mirada franca y serena, su generosidad y su amor a nuestra Marina de guerra adornaban una personalidad en extremo sencilla, a pesar de que en su momento ocupó un puesto de gran influencia social en Cartagena.
Era uno de mis más entusiastas lectores, y durante toda su vida editó artesanalmente para él y sus amigos, varios libros en los que recogía, por tipos y  clases, los historiales de los buques de la Armada. Ya jubilado, todas las mañanas se dedicaba a ir a la Biblioteca del Archivo Naval de la Armada a recopilar parte de la legislación de la Armada durante el siglo XX. Cada quince días sus amigos recibíamos una carta con los folios mecanografiados fruto de su pesquisidor examen junto con un pequeño “Saluda” de una simpatía entrañable. Eso sí, había que avisarle de la recepción del envío. Si no lo hacías te llamaba él y te preguntaba —Nenico, ¿te ha llegado una carta mía?, a lo que yo contestaba “pues claro D. Vicente, es que he estado muy liado y se me ha olvidado decírselo, perdóneme que soy un desastre”, a lo que casi siempre contestaba lo mismo —¡qué tontería!, si era por charlar un ratito contigo. Y aquello daba pie para iniciar una apasionada conversación sobre la mar y los barcos.
Cuando la Armada decidió recompensar su anónima labor con la Cruz al Mérito Naval, compartí su alegría de corazón; y en cuanto pude viajé a Cartagena para darle un abrazo, recuerdo que me dijo: -esta medalla es tan mía como  tuya  ¡eh!,  porque tú también te la mereces, mucho más que yo-.
La triste noticia me la dio mi apreciado amigo Diego Quevedo que, como buen militar, no se anduvo por las ramas -¿sabes quién se ha muerto?- “no me fastidies Diego no me fastidies”, le espeté –D. Vicente Nieto–: “ya sabía que me ibas a dar la mañana…”. Por tanto, amigos, os ruego cumplida observancia al título de esta crónica.

QUEDA PROHIBIDO MORIRSE

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