“FUERA DEL AGUA, GORDA”

El eterno debate sobre el fin y los medios. Dónde se coloca la línea entre lo que es lícito para alcanzar la meta soñada y lo que cae en lo perverso. En la primera lágrima, quizá. En el primer abandono.

El pánico ata las lenguas, nubla las ideas y desmadeja los cuerpos para hacerlos marionetas. En el reino del terror solo es posible la sumisión. La humillación es el arma del dictador, que se rodea de vasallos para que nadie amenace su feudo. Cualquier cosa para evitar el insulto, para huir de la vejación.

Son las reglas del juego, las aceptas o te vas. Someterte a la voluntad de otro. Soportar los gritos apretando los dientes y volver a por más. “Fuera del agua, gorda”. Anna Tarrés, autoritaria, manipuladora. Cruel, la describen algunas de las que fueron sus chicas. El miedo como método. Acoso y desprecio constantes desde su posición de seleccionadora del equipo de natación sincronizada. El poder absoluto ejercido con maldad, lamentan.

Es el recurso de los mediocres. Bramar para ocultar que no se es un líder. Ahogar todo intento de iniciativa para no dejar al aire sus propias carencias. Controlarlo todo hasta convencer al resto de que es imprescindible. Y atribuirse el mérito de cualquier éxito. “Esta medalla no te la mereces, no has hecho nada por conseguirla. Es para mi hija, que le hace mucha ilusión”, cuenta Paola Tirados que le arrebataba Tarrés el metal al bajar del pódium en Pekín.

Dicen las nadadoras que sus denuncias de las malas prácticas de la entrenadora no fueron escuchadas. Puede que el brillo de las medallas deslumbrara a quienes debían velar por ellas. Aquellos que tendrían que promover los valores del deporte en lugar de enorgullecerse por los triunfos a cualquier precio. También a las chicas las vimos sonreír junto a Tarrés. La gloria tras el esfuerzo. Puede que un segundo de relajación antes de volver al infierno de los entrenamientos. O que no todas vivieron lo mismo.

Es más tolerable recordar la conquista que el camino para conseguirla. La memoria amable nos hace hablar del sobresaliente y no de la amenaza del castigo. Del premio y no de las horas bajo las miradas de desaprobación. No por ello deja de ser un sistema peligroso. Con más fracasos que momentos de felicidad. La posibilidad de caer y no levantarse.

Tarrés asegura que tiene la conciencia tranquila. Quizá la presión de quien se pone al límite de sus fuerzas distorsiona la realidad. Quizá el tiempo hace más negras las sombras y el relato de las nadadoras no es tan fiel como les parece a ellas. O quizá es que todo tirano cree acertadas sus formas. Ojalá un día los resultados no las avalen.

“FUERA DEL AGUA, GORDA”

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